miércoles, 24 de diciembre de 2014

Feliz Navidad desde el Ideal Room

Pequeñas partículas blancas, etéreas, bailan ante mis ojos y me acarician la cara con un aleteo leve antes de morir desvaneciéndose en agua. Ya no sé si lo que me moja las mejillas es la nieve o las lágrimas.
Desde cierta distancia contemplo las cuatro líneas negras que rasgan la calle de la Paz de inicio a fin. Los copos todavía no han acumulado el ímpetu suficiente para tapar los raíles. Un tranvía traquetea dos cuadras más allá, mientras al fondo se yergue la torre de Santa Catalina. Camino ignorando el roce helado en mi rostro. Soy una intrusa dentro de esa imagen congelada en el tiempo. Un Ford negro avanza hacia mí despacio, ampuloso, recorriendo la calle en sentido contrario al que conocemos. Decenas de hombres atrincherados en sus cazadoras de cuero y sus gabanes entremezclan acentos en la acera, ante la entrada del Café Continental. El frío me molesta en los párpados, pero no puedo dejar de mirar. Dos mujeres se apresuran agarradas del brazo. Un niño grita en una esquina agitando un periódico en el aire. Apretados contra su cuerpo lleva un puñado de ejemplares que necesita vender cuanto antes; la fina nieve los empieza a humedecer. Me guarezco como puedo bajo los gruesos toldos que cada pocos metros se asoman sobre la acera. Por fin llego hasta la confluencia con la calle Comedias y me detengo, sintiéndome arropada por la cubierta del Café Ideal Room. Observo con devoción las letras I/R forjadas en hierro que sobresalen en medio de la puerta. Noto los latidos del corazón en el cuello. La mano derecha se envalentona y empuja. Mi mirada ávida navega entre la bruma generada por los cigarrillos y localiza de inmediato la mesa. Victoria, Daniela, Gerda y Ted me reciben con una sonrisa deslumbrante ¡Feliz Navidad! gritan al unísono.

Feliz Navidad os deseo desde Mis noches en el Ideal Room.



viernes, 21 de noviembre de 2014

Gerda




Gerda vive, ríe, bebe, provoca, ama, sueña… y lo fotografía todo en Mis noches en el Ideal Room. Su Leica lacada en negro habla por sí misma y nos cuenta a qué huelen los recuerdos. Ella es protagonista y testigo. Es amiga, es añoranza. Lo da todo por aquello en lo que cree.
Sorprende tenerla cerca. Hasta el Beso de Luna se ha puesto esta noche un velo monocromo.
—Gracias —le digo.
—¿Por qué?
Sonríe. El simple gesto ilumina su cara y la terraza entera. Desprende una vitalidad contagiosa. Tan pequeña y tan grande. Es una mujer que ocupa poco espacio, pero en ella se concentra todo el talento, toda la fuerza de los genios.
—Por el privilegio de tu presencia —le contesto.
—Tú me has hecho un regalo. No podía dejar de venir.
—El regalo para mí es que hayas participado en mi última aventura.
—Bueno, recordar aquellos días me hizo muy feliz, y además conocí a Victoria.
—Me ha dicho que te echa muchísimo de menos.
—La morena enigmática todavía me debe una explicación.
—Te debe muchas cosas.
Alzo el pequeño vaso de vodka y lo rozo con el suyo arrancando un “chin” estimulante. La fotoperiodista lo apura de un solo trago. Así es ella.
Cuando el fuego baja por mi garganta, me acaloro. Gerda se ríe, coge la cámara sin dudar, apunta hacia mí y me atrapa para siempre.
Así se asegura de que, cuando tenga que marcharse, de alguna forma me iré con ella.


Mis noches en el Ideal Room.

Mi deseo es que pronto sean vuestras.

martes, 4 de noviembre de 2014

¿Entramos en el Ideal Room?

“En esos momentos sentí la extraña paz del que lo tiene todo perdido, así que abrí aquella puerta sin importarme lo que encontraría detrás. Me sorprendió la penumbra interior, ya que por el local se extendía una cortina densa de humo que tamizaba todavía más la escasa iluminación. Todo el mundo estaba fumando. Noté que me ahogaba. Ya no estaba acostumbrada a eso. Llegó hasta mí con nitidez el rumor de conversaciones enardecidas. Cuando mis ojos y mis pulmones se adaptaron, avancé sobre el damero de baldosines blancos y negros del suelo. El sitio parecía mucho más grande de lo que era en realidad debido al efecto de los espejos que vestían las paredes. Los ventiladores del techo fracasaban estrepitosamente en su labor de dar un poco de frescor al ambiente y disipar la nube de tabaco consumido; no tuve más remedio que habituarme a aquel aire denso. En torno a los veladores de mármol lechoso se arremolinaban individuos que parecían tener las ideas y los ánimos encendidos.”

—¿De verdad lo tenías todo perdido, Victoria?
—En cierto modo, sí.
—¿En cierto modo?
—Bueno, se me ofrecía la oportunidad de una vida nueva.
—¿Y la aprovechaste?
—De una forma inimaginable.
—Me alegra oírlo.
No obstante, descubro en su mirada una nostalgia infinita, el destello de un dolor que pretende ocultar.
—¿Recuerdos?
—Miles —contesta, centrando su atención en el vaso que tiene delante.
Esta noche, por fin, el viento nos trae la fría caricia del otoño. Yo saboreo el vino que baila en mi copa. Ella ha preferido el vodka. Dice que le calienta la memoria, le permite no olvidar.
—En ocasiones la vida te obliga a elegir. No se puede tener todo —sugiero.
Victoria levanta la cabeza, me mira a los ojos y sonríe con malicia.
—¿Eso crees?

Mis noches en el Ideal Room está cada vez más cerca.

martes, 7 de octubre de 2014

Daniela

Invitarla esta noche al Beso de Luna ha sido una experiencia inolvidable. Y no solo para mí. Daniela lo absorbe todo como una niña que acaba de abrirse al mundo. Desde el momento en que ha traspasado la entrada del local, sus ojos color avellana se han convertido en dos llamas que devuelven el reflejo de la luz de los velones. Se ha puesto el escueto vestido color berenjena que le he proporcionado y la veo caminar algo insegura sobre sus zapatos nuevos. Tienen el tacón un poco más alto y estrecho que los que suele llevar. Pero no protesta. Yo sé que se siente guapa. Extraña, pero guapa. La melena le cae por encima de los hombros y se ha aplicado carmín en los labios, de un color rojo oscuro, casi granate.
—¿Te gusta? —le pregunto, al ver cómo contempla el entorno.
Ella recorre con gesto hambriento cada detalle del jardín: las pérgolas con sus lienzos blancos, los almohadones, los candeleros encendidos, el movimiento reposado de las personas que disfrutan del pub. La luna nos vigila. Y la música. Sentada ahora en nuestro reservado, escucha la canción que está sonando con un velo melancólico, doloroso, en la expresión. James Arthur grita su lamento Impossible en nuestros oídos. A mi invitada se le empañan los ojos y aprieta los párpados con fuerza. Dos lágrimas indiscretas han caído ya sobre su regazo.
—Todo es como imaginaba. Como ella me contó.
Ya no esconde la añoranza.
—¿La echas de menos?
Se lleva los dedos a los labios como apretando las palabras hacia dentro. No puedo soportar su agonía. Señalo con la cabeza hacia el sendero del jardín. Una segunda invitada avanza hacia nosotras. Siento los latidos de Daniela en mis sienes. Se pone en pie para correr hacia lo que considera un espejismo. A un metro de distancia, se detiene. Casi puedo visualizar la reverberación del calor que salta de un cuerpo hacia el otro. Las miradas encendidas adelantan lo que los labios quieren expresar a mordiscos. Me incomoda ser testigo de su erupción, así que me marcho silenciosa para perderme en el sonido de las olas que desean al Beso de Luna sin jamás tocarlo. Un anhelo imperecedero.

Mis noches en el Ideal Room está creciendo.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Sufrí


Sufrí. Lo confieso. Sufrí muchísimo cuando comencé a escribir Mis noches en el Ideal Room. Hoy estoy sola en el Beso de Luna. Necesitaba el aislamiento para pensar profundamente sobre ello, tomar distancia. Y también para poder contároslo. Miro hacia el mar, que con el ocaso va mutando hacia un azul grisáceo, casi plateado. Salir de la esfera de comodidad que supone estar rodeada de personajes que viven conmigo desde hace tiempo, que tienen unos perfiles definidos, que respiran por sí mismos, no ha sido fácil. Ellos reclamaban mi atención, me gritaban en los momentos más inoportunos, querían hacerme partícipe de sus deseos, de sus miedos, de sus dudas. Y yo les comprendo. Les comprendo tanto que me duele infinitamente abandonarlos en ese limbo en el que se recluyen cuando no les cojo de la mano.
No sabéis los monstruos que he tenido que vencer para poder crear a Victoria y al resto de integrantes de mi nueva novela. Patricia no me dejaba pensar. Se había instalado en un rinconcito de mi mente y me recriminaba que la hubiera dejado sola, herida, inmersa en la duda tras la última experiencia. Iduna se me aparecía por las noches imponiéndome su magnífica presencia, sonriendo con sorna ante mi cara de fastidio, utilizando sus poderosas artes para hacerme volver a Eterna. Por suerte, Mel se sentaba a mi lado cada vez que agarraba mi taza de café y me miraba compasiva. Me hablaba al oído aconsejándome que me liberara de ellas, me prometía que siempre estarían esperando.
Así que le hice caso.
Frase a frase, letra a letra, Victoria fue apoderándose de mi vida, al igual que otros personajes de los que aún no puedo hablaros. Tan solo espero que encuentren un sitio en vuestra alma el mismo día que vean la luz, el mismo día que Mis noches en el Ideal Room caiga en vuestras manos. Todavía no sé cómo ni cuándo se producirá su alumbramiento, pero a buen seguro, nacerá.


Ya no puedo distinguir las olas aunque sí oír el arrullo que me adormece sobre los cojines. Me llevo la copa a los labios. He decidido relajarme. Sé que mis chicas no me abandonarán. Desearía que vosotrxs tampoco.

lunes, 4 de agosto de 2014

El sabor agridulce de la espera

Decisiones. La vida está llena de ellas. Nos empujan, nos frenan, nos desvelan. Si tan solo hubiera un camino sería mucho más sencillo… y nuestra existencia carecería de sabor.
Resulta curioso, pero las dos mujeres que me acompañan tienen la mirada verde como el mar. Una me zambulle en la sensualidad esmeralda de las olas cuando alcanzan a besar la arena blanca. La otra me arrastra a las simas profundas donde el Mediterráneo esconde sus secretos. Dos matices, dos formas dispares de sentir. Pero comparten mucho más que eso. Las dos se plantean qué camino tomar: la certeza del regreso añorado o la aventura de un futuro por descubrir.
—Buenas noches, Patricia ¿Ya conoces a Victoria?

—Eva me había hablado de ella, pero no había tenido el placer hasta esta noche. Hemos estado charlando mientras te esperábamos.
—No sé si sabéis que tenéis mucho en común…
—¿Tú crees? —dice Victoria lanzándome un gesto cargado de curiosidad.
—Después de vuestras respectivas vivencias creo que las dos os estáis planteando la posibilidad de un retorno.
—¿Tú quieres volver a Eterna? —pregunta Victoria, girándose hacia su recién adquirida amiga.
—La cuestión no es si quiero o no quiero. La cuestión es que tengo que volver.
—Oh.
Victoria me mira con los ojos entornados.
—¿Qué has hecho? —me espeta, dulcificando su acusación con una sonrisa malévola.
—Con el tiempo se verá —contesto en tono misterioso.
—¿Y tú, vas a volver a…? —comienza a decir Patricia, pero no tengo más remedio que cortarla.
—Si te dejo continuar desvelarías demasiadas cosas, lo siento.
—Sí, es cierto… ¿pero lo harías? —interpela a su compañera. Parece tener verdadero interés en saber su respuesta.
—Es una pregunta muy difícil de contestar. Hay demasiados sentimientos involucrados.

El verde forestal que tinta el iris de Victoria se vuelve tan oscuro como sus pensamientos. Lo entenderéis todo en cuanto os perdáis entre las páginas de Mis noches en el Ideal Room.

lunes, 7 de julio de 2014

Cruce de caminos


El bochorno es de tal calibre que estoy a punto de agarrar mi copa de cóctel y pasear el cristal helado por la parte más sensible de mi cuello. Teniendo en cuenta quién me acompaña esta noche, deduzco que no me libraría de un comentario subido de tono, así que aguardo con estoicismo a que me alcance un soplo de brisa marina. Eva me observa con las piernas cruzadas y ese aire de desfachatez innata que las mujeres adoran. María, a su lado, es el contrapunto perfecto. De mirada serena y complaciente, espera a la que está por llegar con su positivismo habitual. 
No han transcurrido ni dos minutos cuando la veo aparecer por el sendero empedrado que conduce a nuestro rincón. Los velones que bordean el trayecto arrojan sombras traviesas al ritmo de sus pasos.
—No sabes las ganas que tenía de conocerte. Yo soy María —dice levantándose en el acto en cuanto la ve aproximarse a la mesa.
Victoria se contagia de su sonrisa y la besa en ambas mejillas. Eva se pone en pié sin muchas ganas.
—Yo me llamo Eva.
—Victoria —contesta, besándola también. Acto seguido, se sienta a su lado.
—Bienvenida al club —comenta Eva con un tono no exento de sarcasmo.
—¿Pretendes asustarla? —le suelto, lanzándole una mirada socarrona.
—Ni se me ocurre. Imagino que ya sabe dónde se ha metido.
—Eres de lo que no hay —interviene María dándole un pequeño empujón—. Estoy segura de que ha vivido cosas apasionantes en Mis noches en el Ideal Room.
—Sí, no me cabe la menor duda —replica Eva con un brillo malicioso en la mirada.
—En todo caso, dejemos que sea ella la que nos cuente su experiencia —propongo, girándome hacia la recién llegada.
—Si no os importa, me gustaría beber algo primero.
—Por supuesto —le digo. Levanto una mano y hago una señal a la camarera más próxima. La chica se acerca dispuesta.
—Vodka —pide Victoria sin pestañear.
Eva emite un silbido.
—Me trae buenos recuerdos —alega Victoria, ofreciendo a Eva su sonrisa más enigmática.
—Recuerdos unidos a un vaso de vodka… Acabas de atrapar mi interés —confiesa Eva mirándola con ojos provocadores.
—Déjala hablar. Me muero por conocer su historia —señala María.
En breves segundos la joven camarera deposita la bebida delante de nuestra nueva amiga y esta le da un buen trago. Ni un solo gesto denota que el fuerte brebaje ha atravesado su garganta. Eva enarca una ceja.
—Bien, todo empezó un quince de mayo… —comienza a relatar.

Yo me echo hacia atrás en el asiento. Mi mente vuela inexorable hacia el Ideal Room.

martes, 10 de junio de 2014

Victoria

Recuerdo que, nada más verla, pensé que le faltaban horas de sueño. Los ojos de color verde pardo de aquella mujer que rondaba los cuarenta estaban enmarcados por unas sutiles ojeras que no parecían circunstanciales. Me dijo su nombre: Victoria. Íbamos caminando por la línea de números impares de la calle de la Paz, codo con codo, huyendo de las prisas. Mientras escuchaba su historia, mi mirada fluctuaba de su rostro a la cámara analógica que llevaba colgada al cuello. La funda de piel marrón pendía abierta dejando a la vista su pequeño tesoro, una Leica de los años treinta. Cuando se detuvo de repente, presté atención al brillo súbito que apareció en sus pupilas. Estábamos en la confluencia con la calle Comedias. Victoria contemplaba la fachada acristalada de un bajo comercial. Grandes carteles —que tapaban prácticamente la superficie de los ventanales— ofrecían aquel sitio en alquiler para la apertura de un nuevo negocio. Pegué mi cara al vidrio y atisbé como pude el interior desmantelado. Por lo que yo recordaba, allí hubo durante años una tienda de lencería. La crisis debía de habérsela llevado por delante. Miré con curiosidad a la fotógrafa sin comprender el origen de su emoción.
—Aquí estaba el Ideal Room—me reveló.
Por su tono, deduje que me estaba hablando de uno de los lugares más sagrados que había conocido.
Yo observé de nuevo el local vacío y, en silencio, volví la cara hacia ella a la espera de que continuara.
—Era un café. Durante la guerra civil pasaron por él intelectuales, artistas, periodistas, revolucionarios… Podríamos decir que acogió las tertulias más interesantes de la retaguardia.
—Qué interesante. Imagino que muy poca gente sabrá de su existencia.
—No quedarán muchas personas vivas que lo recuerden. Ahí adentro han ocurrido tantas cosas…
Aguijoneada por la mirada de ensoñación de Victoria, la convencí para ir a un lugar más tranquilo con el fin de que me relatara lo que parecía ocupar un espacio importante en su vida.

El Beso de Luna nos ofreció el refugio que necesitábamos. Yo sabía que aquel aire cargado de mar era capaz de desatar las confidencias más difíciles. Aquella tarde descubrí a lo que se refería cuando comenzó a hablar de Mis noches en el Ideal Room.

miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Volver?

Desde el suelo del Beso de Luna asciende el calor por los tobillos como una pitón asfixiante. Hace tanto que no llueve… El sol se ha cebado en las flores rezagadas de tal forma que un perfume dulzón impregna el aire; es entonces cuando, anegado el cerebro, la sangre se encabrita y los instintos se vuelven primitivos. Tengo dos fuertes personalidades ante mí y no sé a cuál de ellas considerar más fiera, más indómita, bajo esta suerte de primavera que viene a demoler las mansas intenciones.
Eva ha llegado directamente del bufete, por lo que el único relajo que se permite es desabrochar un botón más de la camisa que compone su formal indumentaria. Constituye toda una revelación su escote bronceado, prometedor, mientras se recuesta sobre los almohadones a la espera de soltar esa lengua viperina de la que hace gala. Paladea despacio el vino que sostiene en una mano y, de tanto en tanto, posa su mirada prepotente en la mujer que tiene al lado.
Patricia, por el contrario, observa concentrada el borde de su copa, sopesando quizás qué respuesta dar a la cuestión que todas planteamos de un tiempo a esta parte. Sus ojos van cambiando del verde esmeralda a un tono forestal que delata hondas emociones. La pregunta es obvia.
—¿Has pensado qué vas a hacer? —le digo en voz baja con el fin de no presionarla.
Ella vuelve hacia mí sus ojos intimidadores durante un instante.
—No lo sé —contesta casi con desesperación.
—¡Puf! —bufa Eva sin disimulo.
—¿Tú lo tendrías claro? —pregunto a nuestra rebelde amiga común.
Ella se pasa la mano por el flequillo para echarlo hacia atrás y me clava su mirada impertinente antes de responder.
—¡Por supuesto! Yo me alejaría de ese lugar como de la peste. 
—Tú no sabes de lo que estamos hablando —se defiende Patricia.
—¡Líbreme el infierno! —suelta la morena volviendo a llevar el cristal a sus labios.
—¿Capto cierto rencor…? —la provoco.
—El pasado está enterrado, ya lo sabes —me espeta echando chispas por los ojos.
—Ya.
—Sí, aquello ya lo hablamos en su día. No hay nada que añadir, nada ha quedado en el tintero—corrobora Patricia.
—Si vosotras lo decís…
—El problema no es ese. Ya sabes lo radical que es Eva, nunca otorga el menor resquicio a la duda. O blanco o negro.
—Tu reciente “aventurita” te ha dejado más que tocada. No sé cómo te planteas volver a enfrentarte a lo mismo. Ve a terapia.
—No necesito terapia. Lo que necesito es…
De repente guarda silencio y se frota la cara con ambas manos, como queriendo arrancarse la idea que le ronda por la mente.
—¿Iduna? —me atrevo a sugerir.
Eva me mira con el entrecejo fruncido, intentando descifrar lo que acabo de decir. Pero, para mi sorpresa, no abre la boca.

Flotando entre nosotras queda el nombre que Patricia no osa pronunciar en voz alta desde hace mucho, mucho tiempo.

domingo, 6 de abril de 2014

De nuevo, primavera

Dos pares de ojos confluyen en el horizonte, absortos en la línea imaginaria donde intiman de forma tan escandalosa el mar y el cielo que es imposible distinguir los límites que los definen. Carla se apoya en la balaustrada del Beso de Luna con abandono, sabiéndose presa de Mel, que la enlaza con sus brazos desde atrás. Contemplan la superficie lisa y cristalina, apenas quebrada por un rizo espumoso que surge al besar la arena. Sé que del pelo de Carla emana el afrodisíaco aroma del azahar porque veo cómo Mel hunde su rostro en la melena oscura y aspira hondo, embriagándose de deseo. Pero no es solo Carla. El olor está por todas partes, sofocante, saturando los instintos hasta obligarnos a coger aire y relajar las pulsaciones. Hay algo incontenible que induce a la mujer morena a darse la vuelta para enfrentar la mirada dorada que le roba la cordura. La escena quema y, mientras me aproximo, alargo el momento de encontrarme con ellas, cautiva del pecado de quien mira a través del ojo de una cerradura lo que no está permitido. Mel la ciñe de cerca y los labios, hinchados por la promesa, se entreabren.
Espero.
Solo cuando las manos avanzan, ajenas al lugar inoportuno, me decido a intervenir.
Buenas noches, chicas.
Un sobresalto. No obstante, la risa relaja las pretensiones y oculta el pudor que ha hecho surgir mi indiscreción.
—No te esperábamos tan pronto… —dice Mel a modo de disculpa, aunque en las pequeñas arrugas al borde de sus ojos puedo leer que la situación le divierte.
Carla tiene las pupilas dilatadas y cierto matiz de color en las mejillas. Se separa lo justo de su amante para recomponerse la blusa.
—Creo que tenemos que agradecerte que hayas llegado antes —afirma con media sonrisa.
—No sé lo que pasa esta noche, pero hay algo en el aire…—añade Mel.
—La primavera se nos ha metido bajo la piel ¿Reconoces la esencia? —le pregunto.
—Cómo olvidarla…—susurra, volviendo a centrar su mirada en los ojos profundos donde decidió quedarse a vivir para siempre.
Un reflejo de luna saca destellos de sus mechones pajizos y no puedo dejar de acordarme del instante en que todo saltó por los aires en ese mismo escenario.

Feliz primavera.

sábado, 8 de marzo de 2014

Ser mujer

Desde el reservado se ve el mar, esa gran presencia que forma parte de nuestras vidas aunque lo sintamos lejos. Observo la espuma que estalla en el preciso momento en que la cresta de la ola roza la arena. Y luego se la lleva, la mece, la acuna, la acaricia, la dispersa. Entonces tengo claro que se trata de un rito femenino, sensual, antiguo; un juego entre el agua y la tierra en el que dejan participar al viento, el gran cómplice. La mar. A partir de ahora es la mar.
Vuelvo la cabeza y veo que todos los ojos están posados en ella, como si yo las hubiera arrastrado hasta allí con la mirada. Y sé que durante esa contemplación están meditando lo que les he pedido, que nos cuenten su propia percepción del hecho de ser mujer. Sabéis que ellas siempre me responden.
 Al cabo de unos minutos, Mel, Carla, Eva, María, Patricia, Sara y Álex se ponen a escribir en un trocito de papel y luego lo introducen doblado en un cuenco que guardo como un tesoro entre mis manos. Yo hago mi propia aportación, por supuesto.
Inspiro hondo, saturándome del salitre que impregna el aire, doy un sorbo a mi copa de vino y comienzo a leer en voz alta los mensajes.

Soy mujer y soy fuerte, capaz de dar protección y seguridad.
Soy mujer y creo vida.
Soy mujer y soy digna, susceptible de admiración y respeto.
Soy mujer y soy sabia, doy soluciones para vivir, para crecer.
Soy mujer y soy tierna, puedo hacer sentir el amor a través de cada poro.
Soy mujer y soy conciliadora, detesto la violencia.
Soy mujer y soy sensible, soy capaz de captar las cosas más sutiles.
Soy mujer y soy inconformista, trabajo para que el mundo cambie.


FELIZ DÍA

miércoles, 26 de febrero de 2014

Encuentro con el pasado



Supe en aquel instante que sus ojos no creían lo que estaban contemplando. Pero sí, por fin estaba allí, en Chupanga, cumpliendo una promesa que debía haber ejecutado mucho tiempo atrás. Ella corrió hacia mí y me aprisionó en un abrazo que lo dijo todo. Desde ese momento dejé de oler la mezcla inconfundible de sudor, hoguera, comida y excrementos que componía el aroma propio del campamento de refugiados; dejé de contemplar el paisaje polícromo de las ropas, de las tiendas de campaña cubiertas con aquellos toldos azules que intentaban sin éxito protegerlas de la persistente lluvia; dejé de oír el ritmo de la marrabenta que fluía entre las miles de personas hacinadas; dejé de sentir la asfixia del calor y la humedad. En aquellos segundos tan solo fui consciente del cuerpo huesudo —y sin embargo exquisitamente sensual— de Sara.
Se separó de mí para observarme despacio, como si todavía dudara de mi presencia junto a ella.
—¡Estás aquí! —exclamó con su inimitable voz, la voz que fue protagonista indiscutible de Tras la pared; el sonido melódico y estremecedor que consiguió arrastrar a Patricia hacia aquellos parajes.

Había pasado tanto tiempo…
—Ya lo ves, te prometí que un día vendría a verte. Sigues formando parte de nuestra historia, de nuestra gran familia, Sara.
Los ojos profundos, oscuros, brillaban como mil lunas. Percibí el ligero temblor de sus labios y le cogí de la mano para que me lo enseñara todo, para que me mostrara la vida que había elegido lejos de Patricia, lejos de nuestro mundo complejo. Apartó la emoción que la embargaba para hacerme recorrer aquel territorio sembrado de tiendas de campaña y que conociera a sus gentes. Recuerdo que me presentó a cientos de niños cuyos nombres me iba a ser imposible recordar. Ella tiraba de mí por aquel suelo polvoriento consiguiendo que olvidara el cansancio que agarrotaba mis músculos, a fuerza de resistir treinta horas de vuelos y cuatro de caminos imposibles a lomos de un jeep destartalado. Pensé que Mozambique y Sara bien valían mil penurias.
Visitamos el edificio principal donde saludé al doctor Fuentes, el cual no pudo ocultar su sorpresa al verme. Sara me condujo finalmente hasta la pequeña casa de adobe que fue testigo de su despertar al amor. Me agasajó aquel día con la comida típica a base de harina de mandioca condimentada con salsa picante de la región. Mientras preparaba una infusión, le pregunté cómo estaba.

—Extrañamente feliz —dijo suspirando—, aunque todavía la echo mucho de menos.
No supe qué contestarle.
—¿Ella está bien? —se atrevió a decir.
—Sí —respondí, sin querer echar más leña al fuego.
Sara no insistió, pero sobre nuestro silencio sobrevoló sin duda el eco de una pasión que abrasaba el alma.

Mientras sorbía despacio el té, me dio por pensar en Irene, una amiga muy apegada a esas tierras y, sobre todo recordé a mi amiga Lisi, que adoraría celebrar su cumpleaños en aquella cabaña junto a nosotras, saboreándolo todo.

domingo, 2 de febrero de 2014

La daga fenicia: el viaje

Aquel día hacía un viento gélido que se metía bajo la piel para quedarse. Me acomodé en el asiento del copiloto del Mustang y ella arrancó como si le fuera la vida en ello. Por el retrovisor vi alejarse como un suspiro la entrada del Beso de Luna y contemplé por el rabillo del ojo cómo su melena caoba volaba hacia atrás por la tracción. Iduna no era mujer de muchas palabras; accionó el ipod y dejo que Tracy Chapman se encargase de llenar los silencios. Desde luego, no dudó en traspasar todos los límites de la velocidad permitida. En su descarga puedo alegar que en aquel momento el camino estaba prácticamente desierto, por lo que en poco más de una hora alcanzamos nuestro destino. Solo diré que a cualquier otra persona le hubiera costado el doble. No obstante, decidí dejarme llevar sin abrir la boca. No era tiempo de vacilar, precisaba ver con mis propios ojos lo que iba a mostrarme.
—Vamos —dijo saliendo al frío de la noche.
Fui tras ella apretando los brazos contra mis costados, aunque podía notar que el helor traspasaba mi abrigo. Mientras Iduna abría el maletero y sacaba un par de mochilas pequeñas, elevé la vista y me enfrenté de golpe con los tejados inclinados, el yeso rojizo, los balcones de madera, las rejas de forja y, por encima de todo aquello, el olor dulzón de la madera quemándose en los hogares. Estábamos en Albarracín. Me condujo hasta la entrada de una casa de tres plantas, cerca de la plaza Mayor. En cuanto la traspasamos, se dio la vuelta hacia mí y extrajo una cazadora acolchada de su bolsa.
—Quítate el abrigo y ponte esto.
Le obedecí sin rechistar y ella abrió la puerta de la primera planta para dejar mi gabán sobre una silla, en lo que parecía el salón de una vivienda rústica. A continuación me indicó que la siguiera y descendimos un tramo de escalones hasta el sótano.

Así comenzó el viaje que fue alimentando La daga fenicia. El resto, ya es historia…

sábado, 4 de enero de 2014

La daga fenicia: el inicio.

Me coge de la mano y sé que desde ese preciso instante mi voluntad queda anulada. No tira de mí exactamente, es más bien un cosquilleo en la palma lo que me obliga a ir tras sus pasos, con los dedos cosidos a los suyos, la piel en perfecta simbiosis. Desconocía que el Beso de Luna tuviera aquella parte escondida, oculta a ojos profanos, a la que ella me acaba de conducir. Me siento incapaz de reconocer si el espacio es de dimensiones enormes o reducidas, tal es la oscuridad que reina en el lugar. Ella susurra con voz profunda y vibrante “cierra los ojos” y yo me estremezco sin comprender la necesidad de aquel gesto, pues parpadeo sin éxito para librarme de la negrura que me rodea. No obstante, Iduna insiste.
—Cierra los ojos y abre la mente. Confía en mí.
Como si pudiera hacer nada distinto, me digo, sonriendo por dentro con el fin de desprenderme del temor que ha ido naciendo en una parte rebelde de mi cabeza. Ella lo sabe, estoy segura, y en ese momento aumenta la ligera presión en mis dedos. La minúscula acción me lleva sin remedio a obedecer y es entonces cuando la siento dentro de mi cerebro derramando imágenes que contemplo con los párpados caídos y los poros abiertos. Uno tras otro van desfilando sus secretos por mi alma dejándola acolchada, caliente, madura y hambrienta. Tras unos segundos, noto un leve impulso que me conduce de nuevo al Beso de Luna que conozco, al olor de los velones y el salitre, al suave compás de la música, a la luz acogedora de sus pérgolas.
Me suelta la mano y observo mi reflejo en aquellos ojos grises moteados de misterio. Un soplo de brisa retira su melena caoba hacia atrás, dejando la serenidad de la comprensión al descubierto.

Este encuentro que os narro ocurrió hace un tiempo que, aunque no muy distante, a veces siento lejano, como si varios siglos me separaran del inicio. Ella me incitó a contar su historia, aunque siempre quedarán en lo más profundo de mi mente algunos secretos que me reservo y acuno como un tesoro. Si os adentráis en La daga fenicia conoceréis aquello que me fue permitido transmitir. En vuestra mano está descubrirlo. Espero que el hallazgo otorgue una perspectiva especial al nuevo año que disfrutamos.