Recuerdo que, nada más verla, pensé que le faltaban horas de sueño. Los ojos de color
verde pardo de aquella mujer que rondaba los cuarenta estaban enmarcados por
unas sutiles ojeras que no parecían circunstanciales. Me dijo su nombre:
Victoria. Íbamos caminando por la línea de números impares de la calle de la
Paz, codo con codo, huyendo de las prisas. Mientras escuchaba su historia, mi mirada
fluctuaba de su rostro a la cámara analógica que llevaba colgada al cuello. La
funda de piel marrón pendía abierta dejando a la vista su pequeño tesoro, una Leica
de los años treinta. Cuando se detuvo de repente, presté atención al brillo súbito
que apareció en sus pupilas. Estábamos en la confluencia con la calle Comedias.
Victoria contemplaba la fachada acristalada de un bajo comercial. Grandes
carteles —que tapaban prácticamente la superficie de los ventanales— ofrecían aquel
sitio en alquiler para la apertura de un nuevo negocio. Pegué mi cara al
vidrio y atisbé como pude el interior desmantelado. Por lo que yo recordaba,
allí hubo durante años una tienda de lencería. La crisis debía de habérsela
llevado por delante. Miré con curiosidad a la fotógrafa sin comprender el
origen de su emoción.
—Aquí
estaba el Ideal Room—me reveló.
Por
su tono, deduje que me estaba hablando de uno de los lugares más sagrados que
había conocido.
Yo
observé de nuevo el local vacío y, en silencio, volví la cara hacia ella a la
espera de que continuara.
—Era
un café. Durante la guerra civil pasaron por él intelectuales, artistas, periodistas,
revolucionarios… Podríamos decir que acogió las tertulias más interesantes de
la retaguardia.
—Qué
interesante. Imagino que muy poca gente sabrá de su existencia.
—No
quedarán muchas personas vivas que lo recuerden. Ahí adentro han ocurrido tantas
cosas…
Aguijoneada
por la mirada de ensoñación de Victoria, la convencí para ir a un lugar más
tranquilo con el fin de que me relatara lo que parecía ocupar un espacio importante en su vida.
El
Beso de Luna nos ofreció el refugio que necesitábamos. Yo sabía que aquel aire cargado
de mar era capaz de desatar las confidencias más difíciles. Aquella tarde descubrí
a lo que se refería cuando comenzó a hablar de Mis noches en el Ideal Room.