sábado, 12 de septiembre de 2015

Háblame de Daniela

En cuanto le propongo que me hable de ella, Victoria baja los ojos y abraza con la mano el reloj que lleva en la muñeca izquierda. De pronto parece recordar algo, lo suelta y se dirige a su vaso. Ha pedido vodka, a palo seco, sin hielo. La observo mientras pega un trago sin pestañear. Entonces sí, entonces me contempla con la mirada brillante.
—¿Cuánto tiempo tienes?
Sonrío ante la pregunta.
—Todo el que necesites.
Victoria da otro pequeño trago y comienza a hablar.
—Daniela es una mujer de su época, pero también un raro espécimen intemporal. Es reservada, a veces hosca, aunque esa muralla no llega a ocultar la pasión, la fuerza, la entrega que promete.
Mi interlocutora ya no me mira, dirige la vista hacia el infinito mientras dibuja a Daniela con pinceladas precisas, acariciando el lienzo de la memoria con cada palabra que sale de su boca.
—Es inteligente, decidida. Tiene la valentía que muchos envidiamos; ese impulso que te lanza a dejarlo todo en pos de algo en lo que crees, o de alguien a quien amas. Y no mira atrás.
Yo bebo lentamente de mi copa, sin apenas moverme, por miedo a hacer cualquier gesto que pueda interrumpirla.
—Cuando calla, sus ojos abrasan y sé que lo escucha todo, que lo entiende todo. Pero cuando habla…
Victoria regresa a su bebida como si necesitara fuerzas para continuar.
—¿Sabes? Tiene esa clase de voz ronca y al mismo tiempo aterciopelada que consigue que se te erice el bello y pierdas el sentido común. Esa clase de voz que te tienta a hacer cosas sin que intervenga la razón.
—Peligroso…
—Para mí, absolutamente.
Victoria se ilumina con una sonrisa evocadora, se toma unos segundos y continúa hablando.
—Cuando cocina, con cuatro cosas hace unos guisos que te hacen cerrar los ojos, gemir y desear lo imposible.
—Es alquimista —sugiero.
—Es la alquimista de mi vida.
Victoria me contó estas cosas anoche. Pero hay mucho más.

Mis noches en el Ideal Room lo guarda todo en su interior.