viernes, 24 de julio de 2015

Mel y Carla, pareja inmortal



Las tres miramos fascinadas al cielo. Resguardadas bajo la tela de nuestra pérgola, nos ha pillado de improviso una de las tormentas más beligerantes del verano. Los rayos encienden la noche haciéndonos perder la referencia horaria y observamos el vello erizado de nuestros brazos a causa de la electricidad que satura el aire. La brisa se vuelve viento y nos trae un exultante aroma a mar furioso que revuelve nuestras melenas como un niño juguetón. Contemplo la mirada embelesada de Mel hacia la playa. Tiene agarrada de la mano a Carla, que enarbola una seguridad ficticia. Yo sé que le asusta el sonido atronador que sigue a cada estallido de luminosidad. Lo sé por los nudillos blancos de esa mano que su pareja sostiene como si le fuera la vida en ello. En cambio a Mel le destella el ámbar en los ojos.
—¿Te encanta el mar así, verdad?—le pregunto, rellenando su copa con el excelente vino que nos han servido.
—Me fascina. En momentos de mi vida en que he tocado fondo me ha dado la fuerza que me faltaba. Es como si me recargara las pilas.
—Lo sé.
Carla la mira como si acabara de revelar un secreto. Los ojos oscuros, intensos, se posan en Mel con una mezcla de adoración y miedo.
—Cuántas cosas hay que todavía desconozco de ti…
—Espero que muchas. Y que dispongamos de mucho más tiempo para descubrirlas.
 —Lo cierto es que habéis vivido experiencias increíbles en estos seis años.
—Desde luego, y no todas buenas. Aunque creo que han servido para unirnos más —afirma Carla—. Lo que puedo asegurarte es que si no hubiera sido por Mel, por su valentía, su paciencia y su madurez, mi vida ahora carecería de sentido.
Es en ese instante cuando veo alzarse la burbuja que las aísla del mundo, cuando todo desaparece, incluida yo, para dejar a la vista ese amor desnudo, irremediable, acunado por la tormenta; ese amor que ha conducido a la tercera edición de No voy a disculparme.

Habéis convertido a Mel y Carla en una pareja inmortal. Gracias.