martes, 3 de febrero de 2015

Fuego

Daniela remueve sin prisa el guiso humeante que bulle en los fogones. En la cocina se esparce el aroma de la verdura y de una especia que no consigo identificar, pero que hace nacer en mí un hambre intempestiva. Apoya la cadera  en el borde de la bancada y, por la inclinación de la cabeza, adivino que su pensamiento atraviesa galaxias remotas. De la radio surge una voz exaltada relatando el repliegue de los fascistas que no pudieron atravesar el Manzanares durante la noche. El ejército republicano había abortado la ofensiva. El corazón me da un vuelco al oír como fondo de la emisión los primeros compases de “A las barricadas”.
Todavía no ha intuido mi presencia. Me aventuro a abandonar mi reposo indolente contra el quicio de la puerta y, al notar el movimiento, Daniela despierta de su ensoñación y se gira de golpe, haciendo que su pelo vuele de una manera muy sensual.

—¿Te he asustado? —le digo con una sonrisa.
—No te he oído llegar.
—Lo que estás cocinando huele muy bien.
—Quédate a comer.
—Ya me gustaría, pero sabes que no puedo.
Se escucha el giro de la llave en la puerta y una voz femenina llamándola. Ella me mira mordiéndose el labio inferior al saberse sorprendida en plena vorágine de sentimientos. El rubor de las mejillas la delata. Victoria entra  con la Leica colgada al cuello. Me convierto en sombra, en halo invisible, en nada. A eso me relega en cuanto posa sus ojos en ella. Algo ancestral incendia el aire. Puedo sentirlo desde mi destierro. Antes de que se rocen, antes de que la cocina explote en llamas, me deslizo fuera sin que ninguna de las dos recuerde mi presencia.
Su historia quema dentro de la Historia.

Mis noches en el Ideal Room os meterá en sus profundidades.