Victoria
se ha adaptado a la oscuridad de esa Valencia donde la vida transcurre
ignorante del tiempo. Poco importa que sea mediodía o entrada la madrugada. El
rugido humano se vuelve perenne en forma de conversaciones, gritos, risas y
canciones traídas del frente. En la calle de la Paz, un murmullo constante
traiciona la aparente desnudez de la noche. Farolas dormidas, persianas
echadas, portales como boca de lobo. A Victoria ya no le extraña esa negrura, quebrada
tan solo por los haces de las linternas en manos previsoras. Su avance ahora es
seguro; ha dejado de tropezarse con los raíles de los tranvías. De hecho, podría
atravesar a ciegas de punta a punta la calle, desde la Casa de la Cultura hasta
el hotel Munich. Las suelas de sus zapatos se saben de memoria cada metro del
adoquinado.
Camina
con la Rolleiflex entre los dedos. Ha terminado su jornada. Gerda bromea con Ted dos
pasos más allá.
Tiene su risa clavada en el alma.
La observa. La Leica descansa
ahora, bamboleándose dentro del estuche de piel que lleva colgado al cuello. Victoria
se queda anclada en su sonrisa hipnótica. No se permite pensar en el futuro. El
futuro no existe. Solo existe la camaradería, los ideales comunes, la fe en el
triunfo. Sus minutos están hechos de charlas en el Ideal Room, de vodka, de
fotos, de sueños. Ahora la vida navega hacia la calle del Mar y en su nave solo
cabe la mirada de Daniela, sus manos nerviosas, el roce de sus labios.
Pocos
saben que de su espalda pende la añoranza.
Bienvenidxs
a mi historia dentro de nuestra Historia.
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