viernes, 21 de octubre de 2016

¿Entramos en Mis noches en el Ideal Room?

Victoria se ha adaptado a la oscuridad de esa Valencia donde la vida transcurre ignorante del tiempo. Poco importa que sea mediodía o entrada la madrugada. El rugido humano se vuelve perenne en forma de conversaciones, gritos, risas y canciones traídas del frente. En la calle de la Paz, un murmullo constante traiciona la aparente desnudez de la noche. Farolas dormidas, persianas echadas, portales como boca de lobo. A Victoria ya no le extraña esa negrura, quebrada tan solo por los haces de las linternas en manos previsoras. Su avance ahora es seguro; ha dejado de tropezarse con los raíles de los tranvías. De hecho, podría atravesar a ciegas de punta a punta la calle, desde la Casa de la Cultura hasta el hotel Munich. Las suelas de sus zapatos se saben de memoria cada metro del adoquinado.
Camina con la Rolleiflex entre los dedos. Ha terminado su jornada. Gerda bromea con Ted dos pasos más allá. 
Tiene su risa clavada en el alma.

La observa. La Leica descansa ahora, bamboleándose dentro del estuche de piel que lleva colgado al cuello. Victoria se queda anclada en su sonrisa hipnótica. No se permite pensar en el futuro. El futuro no existe. Solo existe la camaradería, los ideales comunes, la fe en el triunfo. Sus minutos están hechos de charlas en el Ideal Room, de vodka, de fotos, de sueños. Ahora la vida navega hacia la calle del Mar y en su nave solo cabe la mirada de Daniela, sus manos nerviosas, el roce de sus labios.
Pocos saben que de su espalda pende la añoranza.

Bienvenidxs a mi historia dentro de nuestra Historia.


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