sábado, 20 de febrero de 2016

Lo único importante

Un mes de febrero inusual nos hace el regalo de esta primavera perenne que se hace presente en cada palmo del Beso de Luna. Los jazmines florecen a deshora y desperdigan su fragancia envenenando la sangre de ansias adolescentes.
He llegado algo tarde pero sé que ese hecho, en ocasiones, nutre mi alma curiosa de escenas que de otra forma no estarían a mi alcance.
Detengo el paso al distinguir la proximidad de mis dos amigas bajo las volátiles telas blancas de nuestro reservado. Ninguna me mira, no advierten mi llegada. Solo tienen ojos para una intimidad que las envuelve en su burbuja particular.
Me cobijo cerca, en un lugar discreto que no puede llamarse escondite porque está en medio del camino pedregoso que atraviesa los jardines. De hecho, un gran velón de los que alumbran el sendero lleva hasta mí la fragancia de la vainilla y me baña con el reflejo dorado de su llama.  
Reconozco que soy una enamorada del amor. Son los pequeños gestos sutiles los que prenden fuego a una escena. Victoria, sin poder evitarlo, eleva despacio una mano y sus dedos atrapan un mechón de pelo de Daniela que, juguetón, revolotea tapando parte de su cara. La retirada, detrás de la oreja, de esa leve cortina que le impide ver con nitidez los ojos avellana de su amada, se convierte en una caricia que enerva la mejilla, el lóbulo y la espina dorsal de Daniela.
Contemplo cómo se estremece y se ruboriza; casi puedo sentir el calor que la recorre por dentro. Daniela es muy celosa de su intimidad y muy consciente de que está en un lugar público. El simple roce de esos dedos prende en ella el deseo como una chispa sobre la hierba seca. Victoria calla y la mira. Daniela no quiere apartar los ojos de la mesa, sabedora de que su expresión revela demasiadas cosas.
La fotógrafa alza la Leica que lleva colgada al cuello, ajusta el objetivo y dispara una y otra a vez como si quisiera atrapar su belleza para siempre, como si pudiera lograr que la cámara ganara la apuesta al reloj.
Lo que ella ignora es que cuando el amor impera no existe el tiempo, no existe la muerte. Eso es lo único importante.
¿Cómo puedo permitirme interrumpirlas? Soy consciente de que esa escena es única e irrepetible, de que su amor, en un marco imposible, está lleno de presente.

Mis noches en el Ideal Room llegará para aliviar la transición melancólica del verano al otoño. En el momento preciso.