jueves, 28 de mayo de 2015

Un verano casi perfecto

La brisa hace revolotear el pelo en torno al rostro de Daniela pero, a pesar de sus esfuerzos, no logra ocultar la mirada que viaja rauda hacia Victoria. Gerda la ha capturado en la hora azul, regada mágicamente por la luz del crepúsculo. Escondida tras su Leica, la fotógrafa se siente un poco intrusa, voyeur, vértice mudo de un triángulo en llamas, testigo de una pasión que ni el látigo del tiempo puede cercenar. Con todo, ello no le impide alzar la cámara y convertir en eterno ese momento.
El viento caliente aúlla, anunciando un verano adelantado. Impetuoso, acelera el vaivén de las olas y el latido en las muñecas. Victoria, descalza, se deja seducir por la aridez de la playa. La otra imita el gesto y lanza sus zapatos a lo lejos. Ambas corren hacia el agua haciendo salpicar las risas. Los pies ya profanan la espuma y las manos se aferran sin ánimo de soltarse.
El gesto de Gerda lo dice todo. Detrás de la Leica asoma una sonrisa hermosa, una sonrisa que flotará sobre el mundo a través de los siglos. Después vuelve a la concentración del visor para no perder ni un ápice de la escena.
Victoria se agacha y hace cuenco con la mano para lanzar sobre Daniela una lluvia diminuta de gotas saladas. Esta grita y se le escapa un brillo de dientes blanquísimos. El deseo avanza como el destino ineludible. La locura las lleva a un brusco encuentro que las desequilibra hasta hacerlas caer sobre la arena.
Gerda dispara sin cesar hacia los cuerpos enlazados. Los labios de una, a un suspiro de la boca de la otra, olvidan su presencia. Pero un zumbido imposible de ignorar se impone a lo lejos. Los pipistrelli italianos ya muestran sus alas negras. Victoria regresa bruscamente de su hechizo, apoya la frente en el hombro de Daniela, cierra los ojos y la abraza con fuerza.
La fotorreportera levanta la cámara hacia el cielo y apunta como si su objetivo pudiera derribar al enemigo. Su pequeño cuerpo se hace gigante a ojos de Daniela. Mas los aviones la ignoran y se dirigen con su carga mortal hacia el centro.
-¡Malditos! –exclama Gerda.
 Mis noches en el Ideal Room. Cada vez más cerca.