jueves, 27 de junio de 2013

Celebrando


—¿Sara no ha venido? —pregunta Mel a Patricia llevándose el champaña a los labios.
—Llamó esta tarde. Cancelaron su vuelo, no llegará a tiempo. Me ha pedido que le dediquemos un brindis.
—¿Y tú cómo estás? —continúa Mel.
—Un poco nerviosa, no voy a mentirte.
—¿Crees que vendrán?
—Me lo han prometido. Confío en su palabra.
Codo a codo con ellas, contemplo cómo en el Beso de Luna se respira la eclosión del verano. La luna inmensa derrama su embrujo sobre nuestro local de encuentro, y éste se yergue ufano, engalanado de blanco por los cuatro costados. Decenas de telas ondean bajo las caricias de una brisa que se encarga de refrescar las pieles ya castigadas por los primeros soles de junio; pieles que se contonean, se atraen, se rozan, sabedoras de que en esta época del año despliegan su atractivo más poderoso. De improviso, cuatro mujeres caminan hacia nuestro grupo haciendo temblar con su avance las llamas de los velones que vigilan el sendero. Son ellas. A pesar de que la villa está al límite de su aforo, nuestras visitantes se encargan de secuestrar la atención a cada paso.
—¡Madre mía! —suelta Eva, con la copa a medio camino de la boca.
María le encaja un simulado codazo en las costillas, al tiempo que, continuando con la broma, frunce el entrecejo en un gesto celoso.
—¿Esas son tus amigas? —pregunta Carla con una expresión de asombro que no puede apartar de su cara.
—Sí, han venido al fin —responde Patricia con los ojos entornados. Los destellos verdes de su iris se oscurecen de repente.
—¿De dónde las has sacado? ¡Qué barbaridad! —exclama Fran.
—Impresionantes… —susurra Iván, observando la aproximación de las recién llegadas con la boca abierta.
—Ahí tenéis a las responsables de que La daga fenicia haya ganado el Premio de la Fundación Arena de este año, el antes llamado Premio Terenci Moix de Narrativa LGTB —explica Mel, atenta a la llegada de las cuatro.
—No solo ellas, Mel. Todxs vosotrxs sois la causa de esta celebración, y por ello levanto mi copa y os doy las gracias —intervengo.
Contemplo a la camarera, ataviada con una exigua túnica de color blanco radiante, que se acerca con reverencia a las agregadas para ofrecerles una copa de champaña. En cuanto se aleja, la belleza pelirroja me clava sus impactantes ojos grises y eleva su bebida hacia mí. Una explosión de calor recorre cada una de mis células hasta la raíz del cabello. Ahora sí, es la hora del brindis.

Gracias a la Fundación Arena, que tan importante labor hace en defensa de nuestro mundo y de nuestra forma de vivir, y a mis lectoras y lectores que me incitan a continuar escribiendo. Gracias. Soy muy feliz.