martes, 12 de febrero de 2013

Mel tras su paso por La daga fenicia


Nos hemos refugiado en un reservado protegido de las inclemencias, en lo más recóndito del Beso de Luna. El viento esta noche amenaza con más filo que nuestra ambicionada daga. Nos acomodamos entre almohadones aguardando la llegada de la camarera, a la que por fin vemos aproximarse, armada con el vino tinto solicitado y dos copas. Como en un tácito acuerdo, observamos en silencio cada uno de los movimientos de la joven: sus suaves manos descorchando la botella con un movimiento rápido y certero, la caída del líquido aromático manchando apenas el cristal, su sonrisa leve mientras espera a que Mel otorgue el visto bueno a la bebida. Mi invitada se regodea con la cata y soy consciente de un brillo repentino en su mirada ámbar. Desliza la punta de la lengua por el borde de los labios de una manera tan electrizante, que cualquiera envidiaría la suerte de las gotas que han tenido el privilegio de endulzar su boca.
—Perfecto —concluye con una sonrisa de aprobación.
La camarera se muestra satisfecha y nos llena las copas con un gesto estudiado, elegante. Luego nos abandona a las tres con cierto abatimiento; a Mel, a mí y a la botella.
—Acertado, desde luego —afirmo yo tras probar el vino—. Fragante y delicado a un tiempo.
—¿Querías preguntarme algo en concreto? —me espeta sin rodeos.
Su iris se oscurece, lo que no acierto a descubrir si es producto de un oculto reproche o de una provocación manifiesta.
—Me gustaría saber cómo te sientes, lo que piensas después de lo que ha pasado.
Ella vuelve a coger su copa y esta vez el trago es más largo, más necesario.
—Desconcertada. Creo que es la palabra que mejor define mi estado actual.
—Me pongo en tu lugar y lo entiendo.
—No puedo dejar de pensar. Todavía no comprendo muy bien lo que ha ocurrido.
—Te faltan datos. Estás en una situación muy similar a la de nuestrxs seguidorxs. Pero en cuanto La daga fenicia emita su destello, algunas dudas se despejarán y otras surgirán con más fuerza. Entre el blanco impoluto y el negro insondable existe un sinfín de matices…
—Bienvenidos sean…
—Brindemos por ello.