Un bochorno persistente se ha instalado en las
inmediaciones del Beso de Luna, pareciendo olvidar que su ocaso está próximo,
que ya empuja el otoño con sus brisas cargadas de lluvia, las melancolías a
cuestas y un soplo de esperanza para comenzar cosas nuevas.
Descubro un brillo diferente en la mirada de Victoria,
una chispa que baña de verde su iris pardo. Está nerviosa. Lo sé. La
responsabilidad de su papel es enorme. Pretende sembrar de ilusiones la entrada
a la nueva estación. Una carga pesadísima que se ha subido a los hombros.
—¿Te preocupa lo que piensen de ti? —le pregunto.
—En absoluto. Me preocupa no llegar al corazón, a
las entrañas de la gente. Mi deseo es que quien sujete Mis noches en el Ideal
Room entre sus manos, se suba a mi mochila y vea el mundo con mis ojos, se
asombre lo indecible, reniegue de su realidad y se deje llevar por mis pasos.
Yo le abriré las compuertas de mi vida para que tiemble, ame, llore, goce y se
pegue a mí en esta historia dentro de la Historia.
—Un deseo difícil…
—Pues quiero más. Quiero que las personas recuerden.
Que no olviden de donde vienen, que se agarren a sus ideales, que busquen en su
mente a qué se entregaban cuando esta sociedad asfixiada no les nublaba el
cerebro con realidades virtuales. Quiero que vuelvan a experimentar la compañía
de quien se toma un café y te mira a los ojos; el apoyo del que no te conoce y
te abre su hogar; la entrega de quien ha sufrido y se vuelve a arriesgar; el
convencimiento de que la gente buena siempre gana todas las batallas.
—Te deseo toda la suerte del mundo. El fin es
ambicioso.
—Soy consciente.
—Apuesto por ti, ya lo sabes.
—No esperaba menos, tú me metiste en esto —sonríe.
—Lo hice.
—Te lo agradezco, me siento viva.
Os dejo mi deseo: que cuando vuestros dedos abran
Mis noches en el Ideal Room, las endorfinas circulen veloces por las venas.
Feliz retorno del verano.