miércoles, 27 de junio de 2012

Un verano caliente


El aire arde. Casi puedo sentir el fuego bajo la suela de mis zapatos. Pero mucho más candente es el ansia en las miradas. A medida que voy avanzando por el sendero empedrado del Beso de Luna, dejando atrás las sombras proyectadas bajo el influjo de los candeleros que iluminan el jardín, me doy cuenta de que el verano ha penetrado en cada una de las almas que abarrotan el local. Camino sin prisa. El viento pega a mi piel retazos de mar caliente dejando una pátina húmeda con olor a algas y a sal. Los cuerpos se cimbrean permitiendo el espacio justo para mi avance, obligándome a pagar el peaje de un roce que eleva un grado más la temperatura. Ansío el alivio de un cóctel helado deslizándose por mi garganta, pero todavía me queda un trecho hasta poder soñar con una copa. En mis oídos reverbera la música chillout pintando un halo irreal en la escena. Minutos después, tras haber conseguido un sitio de privilegio en la barra, me desplazo con mi cóctel hasta nuestro rincón preferido con la esperanza de que mis invitadas hayan llegado con la antelación suficiente y me estén esperando relajadas entre los cojines. Desde la distancia puedo verlas rodeadas por un enjambre de chicas ávidas. No puedo reprochárselo. Si cada una de las cuatro mujeres que me aguardan en el reservado llamaría la atención en medio de una multitud, con mayor razón todas juntas. Una valquiria rubia, una temperamental latina, una decidida indo-oriental y una fogosa pelirroja. No las conocéis. Por ahora. La daga fenicia las llevará a vuestro lado.