martes, 7 de octubre de 2014

Daniela

Invitarla esta noche al Beso de Luna ha sido una experiencia inolvidable. Y no solo para mí. Daniela lo absorbe todo como una niña que acaba de abrirse al mundo. Desde el momento en que ha traspasado la entrada del local, sus ojos color avellana se han convertido en dos llamas que devuelven el reflejo de la luz de los velones. Se ha puesto el escueto vestido color berenjena que le he proporcionado y la veo caminar algo insegura sobre sus zapatos nuevos. Tienen el tacón un poco más alto y estrecho que los que suele llevar. Pero no protesta. Yo sé que se siente guapa. Extraña, pero guapa. La melena le cae por encima de los hombros y se ha aplicado carmín en los labios, de un color rojo oscuro, casi granate.
—¿Te gusta? —le pregunto, al ver cómo contempla el entorno.
Ella recorre con gesto hambriento cada detalle del jardín: las pérgolas con sus lienzos blancos, los almohadones, los candeleros encendidos, el movimiento reposado de las personas que disfrutan del pub. La luna nos vigila. Y la música. Sentada ahora en nuestro reservado, escucha la canción que está sonando con un velo melancólico, doloroso, en la expresión. James Arthur grita su lamento Impossible en nuestros oídos. A mi invitada se le empañan los ojos y aprieta los párpados con fuerza. Dos lágrimas indiscretas han caído ya sobre su regazo.
—Todo es como imaginaba. Como ella me contó.
Ya no esconde la añoranza.
—¿La echas de menos?
Se lleva los dedos a los labios como apretando las palabras hacia dentro. No puedo soportar su agonía. Señalo con la cabeza hacia el sendero del jardín. Una segunda invitada avanza hacia nosotras. Siento los latidos de Daniela en mis sienes. Se pone en pie para correr hacia lo que considera un espejismo. A un metro de distancia, se detiene. Casi puedo visualizar la reverberación del calor que salta de un cuerpo hacia el otro. Las miradas encendidas adelantan lo que los labios quieren expresar a mordiscos. Me incomoda ser testigo de su erupción, así que me marcho silenciosa para perderme en el sonido de las olas que desean al Beso de Luna sin jamás tocarlo. Un anhelo imperecedero.

Mis noches en el Ideal Room está creciendo.