
Es un viernes de finales de junio, lo que otorga al Beso de Luna un aroma especial. Huele a mar, a crema hidratante para después del sol, a cuerpos bronceados, a relax… La sensualidad se corta en el ambiente. Mel aparece por el camino irradiando luz propia. Vestida toda de blanco, color que le encanta como ya sabemos, se aproxima exhibiendo un bronceado envidiable. Está guapísima. La miel de sus ojos se derrama por el local al extender su mirada pensativa mientras se acerca a la mesa.
—Hola. ¡Cuánta gente hoy!
Se acerca y me da dos besos.
—Se nota el hambre de verano —contesto sonriendo.
Esta noche he abandonado el vino y me he lanzado a saborear un Beso de Luna casi helado. El calor, en todas sus vertientes, comienza a apoderarse del ambiente. La simbiosis mágica y oculta de sus ingredientes alivia y provoca a un tiempo.
—Creo que voy a pedir uno también. La verdad es que esta noche apetece… —me suelta con una mirada revoltosa.
Con un ligero alzamiento de mi copa hago una súplica muda a la camarera que se encuentra a unos metros de nuestra mesa. Lo ha entendido a la perfección, porque tras breves instantes aparece con un nuevo Beso de Luna sobre la bandeja. Mel coge el cóctel y atrapa entre sus labios la pajita con rapidez. Mientras saborea el elixir cierra los ojos y disfruta. Se le nota el placer en cada poro.
—Está rico…
—Buenísimo…
—Bueno, Mel, ¿puedo preguntarte qué tal tras la pared?
—En realidad más que tras la pared esta vez me has puesto contra la pared…
— ¿Decisiones difíciles?
—Dificilísimas, pero lo que no sabía es que una vez tomadas lo peor estaba por venir…
—Mea culpa.
—Sin embargo no todo es malo, también descubro algo maravilloso…
—Y hasta aquí podemos leer… —le corto guiñándole un ojo.
—Es cierto. De todas formas, en muy pocos días descubrirán de lo que estamos hablando… —me dice jugueteando de nuevo con la pajita entre los labios.