Al filo de lo ocurrido hace unos días, de ese
intento de enmudecer la voz crítica que todas y todos deberíamos oír para no
dar nada por sentado, para poder engrandecer la mente y crecer; al filo del pavor
que atenaza el cuerpo y nos impide pensar, he invitado hoy al Beso de Luna a una
mujer que puede hablarnos de un miedo de otro tiempo, pero un miedo universal,
al fin y al cabo.
—Hola, Victoria.
—Gracias por darme voz.
—Gracias a ti por atreverte con la experiencia.
Ante nosotras reposan dos vasitos transparentes,
empañados de frío; dos vasitos colmados de algo que, por contraste, hace arder
el espíritu y los recuerdos. Ella coge el suyo y lo levanta hacia mí.
—He pedido el mejor vodka porque creo que la ocasión
lo merece —le digo alzando el mío antes de llevármelo a la boca.
La observo apurar el vaso de un trago sin que un
solo gesto revele el ardor que, a buen seguro, sentiré cuando el líquido
descienda por mi garganta.
—Es perfecto. Y evocador.
Contemplo cómo su mirada se empaña con un velo
nostálgico. Debo aprovechar el instante para pedirle que lo haga, que se
sumerja en el pasado y nos relate la experiencia del pánico que nadie debería
olvidar, el terror al que ninguna libertad debería doblegarse.

Pido un par de vasos más.
—Siento que esto no se parezca al Ideal Room.
—Ningún lugar se parecerá jamás al Ideal Room —afirma
tras apurar el segundo vodka.
Mis noches en el Ideal Room en realidad son sus noches. Espero que pronto sean
las vuestras.