Gerda vive, ríe, bebe, provoca, ama, sueña… y lo
fotografía todo en Mis noches en el Ideal
Room. Su Leica lacada en negro habla por sí misma y nos cuenta a qué huelen
los recuerdos. Ella es protagonista y testigo. Es amiga, es añoranza. Lo da
todo por aquello en lo que cree.
—Gracias —le digo.
—¿Por qué?
Sonríe. El simple gesto ilumina su cara y la terraza
entera. Desprende una vitalidad contagiosa. Tan pequeña y tan grande. Es una
mujer que ocupa poco espacio, pero en ella se concentra todo el talento, toda
la fuerza de los genios.
—Por el privilegio de tu presencia —le contesto.
—Tú me has hecho un regalo. No podía dejar de venir.
—El regalo para mí es que hayas participado en mi
última aventura.
—Bueno, recordar aquellos días me hizo muy
feliz, y además conocí a Victoria.
—Me ha dicho que te echa muchísimo de menos.
—La morena enigmática todavía me debe una
explicación.
—Te debe muchas cosas.

Cuando el fuego baja por mi garganta, me acaloro. Gerda
se ríe, coge la cámara sin dudar, apunta hacia mí y me atrapa para siempre.
Así se asegura de que, cuando tenga que marcharse, de alguna
forma me iré con ella.
Mis noches en el Ideal Room.
Mi deseo es que pronto sean vuestras.