Lo siento entre mis dedos y no puedo dejar de dar
vueltas. Camino desde el salón a la cocina, voy al dormitorio, regreso,
contemplo el mar desde la terraza.
Mi mano rodea el vial, temerosa de dejarlo caer, con
horror a que me lo arrebaten, aterrorizada de perderlo. Lo aprieto tanto que puedo
romperlo.
Respiro.
Debo relajarme.
Pienso en ella. No quiero, pero la pienso.
Si doy este paso no habrá vuelta atrás. Siento el
corazón en la garganta, batiendo con fuerza, avisándome del peligro, anhelando
que la interminable espera acabe.
Voy a ir. Ella estará allí. Voy a verla de nuevo y
no sé cuál va a ser su reacción. Ni la de las demás. Es posible que todo salga
mal. Quizás todo termine para siempre.
Pero debo ir.
Estoy en el coche. El vial, a mi lado, en sitio
seguro.
El viento en el pelo y las pulsaciones en los oídos.
“Su destino está a cien metros”, me informa la irreal voz del navegador.
Estoy llegando.
#REGRESOAETERNA
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