domingo, 22 de enero de 2017

La Esencia

Ha dejado de llover por fin, pero las huellas del agua están por todas partes: en los pequeños charcos donde se mira el cielo mediterráneo, en la fragancia intensa a tierra mojada, en la humedad de la brisa que nos refresca el rostro. Samoa contempla el mar como si contemplara sus recuerdos.
—Han pasado tantas cosas…
El viento peina su pelo castaño claro hacia atrás, dejándome ver las facciones y el brillo pardo-verdoso de sus ojos. No es exactamente una belleza clásica, pero tiene un atractivo difícil de ignorar. Exuda sensualidad, valentía e inconformismo por cada uno de sus poros.
—¿Cómo te sientes?
—¡Qué pregunta! En estos días ha desaparecido mi mejor amiga, he caído en las garras de una peligrosa sociedad secreta, he vivido experiencias que no puedo llamar precisamente corrientes, casi pierdo mi esencia, he sido traicionada y he encontrado el amor de mi vida. No sé qué contestarte.
—Ya me has contestado.
Samoa sonríe y se ilumina el mundo.
—¿Entramos? —le pregunto ante la balaustrada que separa el Beso de Luna del paseo que llega hasta la playa.
Su metro setenta y cinco avanza por el sendero empedrado hasta la zona interior, acumulando miradas de las personas asiduas al local. Se me escapa una sonrisa.
Ella elige una botella de un vino tinto excelente. En cuanto nos lo sirven, lleva su copa hasta la nariz y respira hondo.
—¡Uf! —exclama bajito.
—Pruébalo.
La aproxima a los labios con los ojos cerrados.
—¿Recuerdos?
—Demasiados. Así empezó todo.
Así empezó todo.
La Esencia.
En vuestras manos esta primavera.


lunes, 9 de enero de 2017

El antídoto contra el olvido

Victoria y yo caminamos lentamente, sin rumbo fijo, con la vista clavada en el empedrado que cimbrea entre las pérgolas del Beso de Luna. A pesar de la baja temperatura, hoy me ha pedido que paseemos. No puede estar quieta.
Levanta las solapas de su abrigo y rápidamente mete las manos en los bolsillos. Al constatar la nubecilla de vaho que sale de nuestros labios, una sacudida de frío se nos mete en los huesos.
Oigo su silencio, escucho la decisión en cada paso que da.
—¿Qué hace que dos personas que viven circunstancias tan distintas se atraigan de una forma irremediable? —le pregunto.
—No lo sé… ¿El destino? Dímelo tú.
Victoria suspira y descubro en sus pupilas todo lo que no cuenta. Me observa fijamente, dejándome entrar en ese mundo que lleva grabado en la retina. Ese mundo que, a pesar de lo imposible, la llama, la absorbe, se la queda.
Veo a Gerda, sentada ante una mesa del Ideal Room, con su cámara colgada al cuello y una sonrisa magnética que no aventura los sinsabores de la primera línea del frente.
Diviso a Ted, que la contempla con una mezcla de devoción y timidez, para acabar centrando su atención en la noticia que redacta en un papel.
Recorro la calle de la Paz; una calle tomada por el hormiguero frenético que intenta vivir a espaldas de la guerra.
Oigo el estruendo, huelo el miedo.
Pero, sobre todo, veo a Daniela, con sus ojos oscuros repletos de añoranza, de hambre, de pasión. La observo canturrear por la cocina mientras va removiendo el guiso que está al fuego. Se acerca de repente al pequeño Miguel, que dormita en un capazo junto a ella y le acaricia con los labios la frente, apenas rozándola para no despertarlo.
Victoria sabe que lo sé.
Por eso sonríe cuando saca la mano del bolsillo y me muestra un objetivo nuevo, sin estrenar, para su Leica. Un objetivo que ahora la acompaña allá donde va, como un amuleto, como un seguro que la ancla a la realidad, como un certero pasaje de vuelta.
Mis noches en el Ideal Room es un antídoto contra el olvido.

¿Os atrevéis a beberlo?