Ha
dejado de llover por fin, pero las huellas del agua están por todas partes: en los
pequeños charcos donde se mira el cielo mediterráneo, en la fragancia intensa a
tierra mojada, en la humedad de la brisa que nos refresca el rostro. Samoa
contempla el mar como si contemplara sus recuerdos.
—Han
pasado tantas cosas…
El
viento peina su pelo castaño claro hacia atrás, dejándome ver las facciones y el
brillo pardo-verdoso de sus ojos. No es exactamente una belleza clásica, pero
tiene un atractivo difícil de ignorar. Exuda sensualidad, valentía e inconformismo
por cada uno de sus poros.
—¿Cómo
te sientes?
—¡Qué
pregunta! En estos días ha desaparecido mi mejor amiga, he caído en las garras
de una peligrosa sociedad secreta, he vivido experiencias que no puedo llamar
precisamente corrientes, casi pierdo mi esencia, he sido traicionada y he
encontrado el amor de mi vida. No sé qué contestarte.
—Ya
me has contestado.
Samoa
sonríe y se ilumina el mundo.
—¿Entramos?
—le pregunto ante la balaustrada que separa el Beso de Luna del paseo que llega
hasta la playa.
Su metro
setenta y cinco avanza por el sendero empedrado hasta la zona interior,
acumulando miradas de las personas asiduas al local. Se me escapa una sonrisa.
Ella
elige una botella de un vino tinto excelente. En cuanto nos lo sirven, lleva su
copa hasta la nariz y respira hondo.
—¡Uf!
—exclama bajito.
—Pruébalo.
La aproxima a los labios con los ojos cerrados.
—¿Recuerdos?
—Demasiados.
Así empezó todo.
Así
empezó todo.
La
Esencia.
En
vuestras manos esta primavera.
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