martes, 10 de junio de 2014

Victoria

Recuerdo que, nada más verla, pensé que le faltaban horas de sueño. Los ojos de color verde pardo de aquella mujer que rondaba los cuarenta estaban enmarcados por unas sutiles ojeras que no parecían circunstanciales. Me dijo su nombre: Victoria. Íbamos caminando por la línea de números impares de la calle de la Paz, codo con codo, huyendo de las prisas. Mientras escuchaba su historia, mi mirada fluctuaba de su rostro a la cámara analógica que llevaba colgada al cuello. La funda de piel marrón pendía abierta dejando a la vista su pequeño tesoro, una Leica de los años treinta. Cuando se detuvo de repente, presté atención al brillo súbito que apareció en sus pupilas. Estábamos en la confluencia con la calle Comedias. Victoria contemplaba la fachada acristalada de un bajo comercial. Grandes carteles —que tapaban prácticamente la superficie de los ventanales— ofrecían aquel sitio en alquiler para la apertura de un nuevo negocio. Pegué mi cara al vidrio y atisbé como pude el interior desmantelado. Por lo que yo recordaba, allí hubo durante años una tienda de lencería. La crisis debía de habérsela llevado por delante. Miré con curiosidad a la fotógrafa sin comprender el origen de su emoción.
—Aquí estaba el Ideal Room—me reveló.
Por su tono, deduje que me estaba hablando de uno de los lugares más sagrados que había conocido.
Yo observé de nuevo el local vacío y, en silencio, volví la cara hacia ella a la espera de que continuara.
—Era un café. Durante la guerra civil pasaron por él intelectuales, artistas, periodistas, revolucionarios… Podríamos decir que acogió las tertulias más interesantes de la retaguardia.
—Qué interesante. Imagino que muy poca gente sabrá de su existencia.
—No quedarán muchas personas vivas que lo recuerden. Ahí adentro han ocurrido tantas cosas…
Aguijoneada por la mirada de ensoñación de Victoria, la convencí para ir a un lugar más tranquilo con el fin de que me relatara lo que parecía ocupar un espacio importante en su vida.

El Beso de Luna nos ofreció el refugio que necesitábamos. Yo sabía que aquel aire cargado de mar era capaz de desatar las confidencias más difíciles. Aquella tarde descubrí a lo que se refería cuando comenzó a hablar de Mis noches en el Ideal Room.