Daniela remueve sin prisa el guiso humeante que bulle
en los fogones. En la cocina se esparce el aroma de la verdura y de una especia
que no consigo identificar, pero que hace nacer en mí un hambre intempestiva.
Apoya la cadera en el borde de la bancada y, por la
inclinación de la cabeza, adivino que su pensamiento atraviesa galaxias remotas.
De la radio surge una voz exaltada relatando el repliegue de los fascistas que
no pudieron atravesar el Manzanares durante la noche. El ejército republicano había
abortado la ofensiva. El corazón me da un vuelco al oír como fondo de la
emisión los primeros compases de “A las
barricadas”.
Todavía no ha intuido mi presencia. Me aventuro a
abandonar mi reposo indolente contra el quicio de la puerta y, al notar el
movimiento, Daniela despierta de su ensoñación y se gira de golpe, haciendo que su pelo vuele de una manera muy sensual.
—¿Te he asustado? —le digo con una sonrisa.
—No te he oído llegar.
—Lo que estás cocinando huele muy bien.
—Quédate a comer.
—Ya me gustaría, pero sabes que no puedo.
Se escucha el giro de la llave en la puerta y una
voz femenina llamándola. Ella me mira mordiéndose el labio inferior al
saberse sorprendida en plena vorágine de sentimientos. El rubor de las mejillas
la delata. Victoria entra con la Leica colgada al cuello. Me
convierto en sombra, en halo invisible, en nada. A eso me relega en cuanto posa
sus ojos en ella. Algo ancestral incendia el aire. Puedo sentirlo desde mi
destierro. Antes de que se rocen, antes de que la cocina explote en llamas, me
deslizo fuera sin que ninguna de las dos recuerde mi presencia.
Su historia quema dentro de la Historia.
Mis noches en el Ideal Room os meterá en sus profundidades.