miércoles, 11 de diciembre de 2013

La daga fenicia o el vértigo


“Sometimes I feel I’ve got to, run away I’ve got to, get away…” La voz de Karen Souza con su sensual versión de Tainted Love aletarga el ritmo de mis pasos, provocando un sonido hueco y perezoso contra el empedrado del Beso de Luna. Al final del sendero, junto a la pérgola más apartada, descubro a una belleza de rasgos exóticos —mezcla de la sangre caliente de india cherokee e indonesio— que me observa con mirada analítica mientras se lleva una bebida a los labios.
—Siento la tardanza —le digo acercándome para besarla en la mejilla. Ella se inclina con el fin de facilitar un contacto que, debido a su elevada estatura, no es tarea fácil.
—No te preocupes, este ambiente es agradable y solo llevo unos minutos esperando.
—Veo que has pedido un vino excelente —comento, señalando con un gesto la botella alojada junto a una copa vacía que, sin duda, está deseando ser utilizada.
Al tiempo que me sirvo un poco del líquido oscuro y aromático, Hebe —que así se llama mi acompañante de esta noche— se recuesta en la hamaca entre mullidos cojines. Me observa despacio desde unos ojos oscuros como una sima; unos ojos que encierran enigmas indescifrables.
—Intuyo que hoy te apetece hablar del riesgo —me dice sonriendo levemente.
Contemplo el par de piernas larguísimas que tengo ante mí y me digo que, efectivamente, el riesgo debe de convivir segundo a segundo con ese cuerpo de curvas poderosas.
—En realidad de lo que quiero hablar es de tu pasión por ese riesgo.
—Qué quieres que te diga —se ríe—, la adrenalina es una de las drogas que más ansía mi cerebro y eso lleva aparejado ciertos peligros. Bueno, la adrenalina y ese otro ingrediente que ya conoces…
—Por supuesto —afirmo, llevándome también el vino a los labios. La madera y las especias de aquel caldo excelente me invaden el paladar insuflando placer a cada una de mis células. Cierro los ojos y un sonido de goce involuntario se escapa de mi garganta. Ella inclina la cabeza y se relame con una expresión que no me atrevo a transmitir.
—Sé que más de una persona habrá disfrutado del vértigo que encierra La daga fenicia —declara con voz algo ronca, como si un recuerdo se hubiera asomado de improviso a su mente.
—No me cabe la menor duda, solo tienes que escuchar los comentarios que surgieron en nuestro encuentro en Valencia. ¿Quieres ver el video? —la provoco.
Sin esperar su respuesta, me acomodo junto a ella, obligándola a centrar su atención en la pantalla del ipad que extraigo de mi bolso.
Y vosotrxs, ¿os apetece echar un vistazo al encuentro del pasado 15 de noviembre? Salieron a la luz muchas cosas. Abrid el vino…

jueves, 28 de noviembre de 2013

Reflexiones tras La daga fenicia


Hoy el viento brama, preñando el aire de partículas húmedas que erosionan los rostros y enredan las palabras. Armadas con sendas copas de vino, Patricia y yo afrontamos el reto caminando junto al borde de la balaustrada que separa el Beso de Luna de un paseo marítimo desnudo, irreconocible.
—Cuando el mar se encabrita es difícil sustraerse a su embrujo, ¿verdad? —grito para hacerme oír por encima del estallido de las olas.
Ella, abrazando con fuerza la gabardina que estira un poco más su alto porte hacia un cielo manchado de luces diminutas, derrama la mirada en la playa y se regala unos segundos antes de responder.
—Cuando ruge así me dice muchas cosas.
—¿Vas a revelarme alguna de ellas? —sugiero, obligándola a centrar su atención en mí.
No soy capaz de atrapar los matices que bailan en esos dos círculos cautivadores: el verde de las aguas que se pierden en abismos insondables, el gris plateado del astro que destapa nuestras noches, el ocre de las hojas rendidas al otoño.
—¿Qué quieres que te diga?
—Si has tomado una decisión —contesto, haciendo un esfuerzo para huir de sus ojos.
—Dímelo tú, seguro que ya lo sabes. Siempre lo haces.
—Me importa tu opinión. Es lo único que cuenta.
—¿Hace falta que lo haga en este momento?
—No. Tenemos tiempo, aunque nuestrxs lectorxs ya conocen de qué estamos hablando y esperan…
—Vamos dentro, hace frío.
Abandonando la imagen hipnótica de aquel Mediterráneo enfurecido, sincronizamos nuestros pasos hacia el reservado más próximo. Dentro de un cubo acristalado, un pequeño círculo de llamas irradia olas de calor convirtiendo aquel rincón del jardín en un lugar cálido, envolvente. Solo cuando nos hemos acomodado entre los cojines Patricia vuelve a retomar la conversación.
—No es nada fácil lo que me preguntas —dice con voz grave tras paladear el último sorbo de vino.

—Lo sé perfectamente. Te ayudaré a tomar tu decisión.
—Como siempre.
Una sonrisa equívoca nace en la comisura de sus labios, aunque su voz deja traslucir las brumas internas que ambas conocemos.
—Sabes, esta última aventura ha dejado a tus fans con ganas de más. De mucho más —comento suavemente.
—Me alegro por ti. Estoy segura de que les concederás lo que ansían —afirma con cierto destello en la mirada que no me atrevo a interpretar.
—El mérito será vuestro, sin duda.
Ella me observa en silencio, meditando quizás una respuesta adecuada. Robándole la oportunidad de una réplica, continúo.
—Quiero que veas lo que ocurrió en Barcelona cuando fuimos a contar nuestra común aventura. Traigo el vídeo —le digo, mostrándole la pantalla del ipad que llevo conmigo.

También vosotrxs podéis asomaros…

domingo, 27 de octubre de 2013

Alejandra y La daga fenicia


Contemplo embelesada ese par de faros que son sus ojos oscuros, limpios, sin duda heredados de Carla y de su abuela. No puedo ignorar que su mirada inocente encierra mucha sabiduría. Ella sabe cosas que los demás ni siquiera nos atrevemos a intuir. Sentada sobre las rodillas de Mel, no deja de observarme mientras sorbe con fruición un batido de fresa.
—Cuando habéis entrado se ha armado un buen revuelo en El Beso de Luna —digo mirando a Carla, acomodada junto a ellas.

—Sí, todas las chicas se han acercado a besarla —responde con la cara iluminada de ternura. Sus ojos muestran un brillo especial y le otorgan un plus de belleza.
Y es que eso es lo que rezuma de nosotrxs cuando la tenemos cerca: ternura. Alejandra, con poco más de tres años, nos ha robado el corazón desde que se dio a conocer en el vientre de su madre.
—¡Por cierto, qué nervios! —exclama Mel.
—Desde luego. La última aventura, La daga fenicia, está ya en la calle y es hora de saber qué piensan nuestrxs lectorxs. ¿Cómo os encontráis vosotras después de todo lo que ha ocurrido?
—Ha sido una experiencia muy desconcertante. De hecho, todavía nos hacemos multitud de preguntas —interviene Carla.
—Hubiéramos querido conocer a fondo cada detalle pero, como siempre, te has reservado los secretos más interesantes. Aunque tú tienes las riendas y lo entiendo —me acusa Mel con una sonrisa socarrona.
Nuestra amiga de ojos ambarinos intenta provocarme sabiendo que el juego me estimula. Sin embargo, yo evito caer en su trampa.
—Os lo contaría todo si pudiera, pero debo protegeros.
—¿Hasta cuándo viviremos en esa incertidumbre?
—No lo sé. Puede que algún día no muy lejano lo sepáis todo. Me lo estoy planteando.
—Nos gustaría —replica Carla. Su mirada hiere como la propia daga.
—Lo comprendo. ¿Vais a venir a Barcelona conmigo?
—Por supuesto. Ya hemos reservado el hotel. Vamos todos. No nos perderíamos la entrega de ese premio por nada del mundo.
—Lo cierto es que vais a todas partes conmigo y me encanta.
—No te librarás de nosotras tan fácilmente —señala Mel, guiñándome un ojo con un gesto muy seductor.
—Ni lo intentaría —respondo con una sonrisa cómplice.
En ese preciso momento, la niña se escapa de los brazos de su madre para acercarse a mí y susurrarme algo al oído.
—No te preocupes, esta aventura les va a encantar —me dice con esa vocecita que invita a estrecharla contra el pecho. Y eso hago.
Ojalá la percepción extraordinaria de este ángel enviado para engatusarnos sea la correcta. Hasta ahora nunca ha fallado. Pronto lo sabremos.


martes, 24 de septiembre de 2013

La daga fenicia llega con olor a lluvia


Con el codo apoyado sobre el brazo de la chaise longue, mi mano sujeta a duras penas la copa de vino que acaban de servir bajo la pérgola que nos cobija. Algo me está soliviantando por dentro de tal forma que se me hace difícil ocultar mi turbación a la mujer que comparte conmigo este breve espacio. No sé si es el aroma acre de la tierra que ha dejado tras de sí la reciente llovizna; o tal vez el perfume almizclado del velón que preside nuestra mesa, cuya llama dibuja un balanceo de sombras al compás de la brisa otoñal; o quizás es el olor envolvente de la diosa de pelo cobrizo y ojos indescriptibles que se sienta frente a mí; una esencia que provoca fiebre en las sienes, ardor en el vientre y una suerte de niebla enajenante en el campo de visión.
—¿Lo sientes, verdad? —pregunta con una vibración grave en la voz.
Me endulzo el paladar con otro sorbo antes de responder.
—¿Qué es?
—El influjo de la daga.
—¿La has…?
—La llevo encima.
Enmudezco, incapaz de hacer nada distinto a respirar con dificultad y advertir las palpitaciones en mi garganta. Contemplo cómo se lleva la mano al interior de la chaqueta y extrae algo de lo que ya no puedo apartar mis pupilas. Luminoso, intrigante, peligrosamente seductor, único.
—Cógela.
Mis dedos se niegan a colaborar, indecisos ante la presencia intimidante de aquel objeto sagrado, bellísimo. Sin embargo no puedo hacer otra cosa que sobreponerme y alargar el brazo para asirlo con exquisito mimo, como si fuera a desintegrarse ante el roce profano de mis yemas.
—¿Notas su embrujo?

Me reservo el íntimo sentimiento que me embarga, aunque tengo que deciros que nunca volveré a ser la misma.  Muy pronto lo comprenderéis…

sábado, 24 de agosto de 2013

Últimas huellas en la arena

Ya el esplendor del verano se va escurriendo entre los dedos, aunque pretendamos retenerlo con furia alargando hasta lo imposible el recuerdo del salitre en las fosas nasales, de los destellos argentinos del agua cuando la luna baja a acariciarla, del sabor amargo y placentero de la espuma que se derrama al llevarnos a la boca el primer sorbo de cerveza.
¿Tienes frío? —pregunto a Carla.
Una ráfaga de brisa marina le ha lanzado un mechón largo de la melena sobre el rostro. En el instante en que ella vuelve a retirar el obstáculo que me impedía ver su mirada subyugadora, he percibido la reacción eréctil del vello de sus brazos. Mel se acerca de inmediato y le prende la mano, cubriéndola de amor como si de una manta protectora se tratara.
—¿Quieres que vaya a por una chaqueta?
—No hace falta, en serio, ha sido solo un escalofrío.
—El verano se apaga…—acierto a decir, embelesada con el cruce de miradas de la pareja. Ámbar sobre avellana.
Lucho por no dejarme arrastrar por la melancolía de los días luminosos, de la deliciosa pereza que nos amarra a las sábanas, de esa dejadez que nos impulsa a remolonear en cueros por toda la casa.
—…pero es el momento de los planes, de retomar un futuro próximo que nos va a dar muchas satisfacciones —continúo.
—Es verdad, se acerca un otoño lleno de promesas —dice Carla apretando la mano que sujeta.
—Cierto —sonríe Mel, y el espacio bajo la pérgola que nos cobija parece iluminarse de repente—, queda ya muy poco para que nuestra última aventura salga a la luz. Estoy segura de que a la gente le va a encantar.
—Ojalá tengas razón. Tú eres siempre muy optimista —le contesto sonriendo.
—Esta vez puede permitirse serlo —interviene Carla, con esa firmeza heredada de su madre que conozco tan bien—. Al menos viene avalada por un gran premio. Para mí es un honor inmenso formar parte de La daga fenicia.
—A pesar de…—comienzo a decir, pero ella me interrumpe.
—A pesar de todo lo que nos haces pasar, sí —culmina, hiriéndome con la gravedad de sus ojos.
—Bueno, ella no tiene toda la culpa…—instiga Mel, perversa.
—No empecemos…

De improviso siento que desaparezco, expulsada de la burbuja que construyen con tan solo un gesto. Carla se aproxima y roza los labios de su pareja, con la intención inicial de un beso leve, conciliador, pero Mel la retiene lo suficiente como para hacer que olvide la compostura y se pierda dentro de su boca. Me levanto y camino despacio hacia el borde del muro que separa el Beso de Luna de la playa. No creo que me echen de menos. Por el momento…

jueves, 25 de julio de 2013

Entre las olas

Hoy el Beso de Luna nos mira desde el fondo. De algún dispositivo cercano surge la voz sensual de Tracy Chapman cantando Happy: “..should be happy to be loved, happy to be...”. Incorporada sobre un codo, utilizo mi mano como visera con el fin de admirar la deliciosa estampa de Patricia zambulléndose en el mar; un mar que hoy nos estimula con su mejor color esmeralda. Grandes gotas de sudor me resbalan por la piel bajo el castigo de un sol demoledor, que incide oblicuo y sin compasión en esta tarde tórrida de julio.
No muy lejos, Eva emprende una pequeña carrera, como una niña mala con aviesas intenciones. Sin duda alguna, adivino cuál es su objetivo; con un fuerte impulso enlaza a María por la cintura para hundirse con ella en el agua cristalina. Fran desvía un instante la libidinosa atención que estaba dedicando a los músculos cincelados de Iván, para sonreír ante la ocurrencia alocada de su amiga.
Por el rabillo del ojo descubro, a unos metros a mi izquierda, el gesto cargado de promesas de Carla hacia Mel, paseando la yema del dedo índice por el labio superior de su compañera, que yace en la toalla boca arriba a escasos milímetros de su silueta. Casi puedo vislumbrar el vapor surgiendo de los dos cuerpos atrapados en su íntima burbuja de placer. Para corroborar mi apreciación, la pareja no tarda ni un segundo en levantarse y correr cogidas de la mano hacia el mar.
No puedo dejar de fijarme en el grupo de mujeres hacia el cual va nadando Patricia. Las cuatro juegan como adolescentes sin prejuicios. Una de ellas está enfrascada en una lucha por derribar a la otra y hacerla caer al agua, encaramadas a los hombros de las otras dos jóvenes que las sujetan con una fuerza nada convencional.
Todos los seres a mi alrededor se entregan con deleite a este tiempo sin prisa, al lujo de unas horas que parecen transcurrir a cámara lenta, sabedores de que, en cuanto el verano abandone sus vidas, la experiencia de La daga fenicia les arrastrará fuera del anonimato.
Gozad del calor, del alivio del mar, del salitre, de la pereza sensual que acompaña a los días estivales. Yo también me voy a permitir el consuelo de estas aguas cálidas del Mediterráneo.
En un tiempo muy breve La daga fenicia acelerará el pulso en vuestras venas.


*La daga fenicia, que será publicada en otoño por la Editorial Egales, ha sido galardonada con el Premio Fundación Arena de narrativa LGTB (anterior Terenci Moix) en su VIII Edición.

jueves, 27 de junio de 2013

Celebrando


—¿Sara no ha venido? —pregunta Mel a Patricia llevándose el champaña a los labios.
—Llamó esta tarde. Cancelaron su vuelo, no llegará a tiempo. Me ha pedido que le dediquemos un brindis.
—¿Y tú cómo estás? —continúa Mel.
—Un poco nerviosa, no voy a mentirte.
—¿Crees que vendrán?
—Me lo han prometido. Confío en su palabra.
Codo a codo con ellas, contemplo cómo en el Beso de Luna se respira la eclosión del verano. La luna inmensa derrama su embrujo sobre nuestro local de encuentro, y éste se yergue ufano, engalanado de blanco por los cuatro costados. Decenas de telas ondean bajo las caricias de una brisa que se encarga de refrescar las pieles ya castigadas por los primeros soles de junio; pieles que se contonean, se atraen, se rozan, sabedoras de que en esta época del año despliegan su atractivo más poderoso. De improviso, cuatro mujeres caminan hacia nuestro grupo haciendo temblar con su avance las llamas de los velones que vigilan el sendero. Son ellas. A pesar de que la villa está al límite de su aforo, nuestras visitantes se encargan de secuestrar la atención a cada paso.
—¡Madre mía! —suelta Eva, con la copa a medio camino de la boca.
María le encaja un simulado codazo en las costillas, al tiempo que, continuando con la broma, frunce el entrecejo en un gesto celoso.
—¿Esas son tus amigas? —pregunta Carla con una expresión de asombro que no puede apartar de su cara.
—Sí, han venido al fin —responde Patricia con los ojos entornados. Los destellos verdes de su iris se oscurecen de repente.
—¿De dónde las has sacado? ¡Qué barbaridad! —exclama Fran.
—Impresionantes… —susurra Iván, observando la aproximación de las recién llegadas con la boca abierta.
—Ahí tenéis a las responsables de que La daga fenicia haya ganado el Premio de la Fundación Arena de este año, el antes llamado Premio Terenci Moix de Narrativa LGTB —explica Mel, atenta a la llegada de las cuatro.
—No solo ellas, Mel. Todxs vosotrxs sois la causa de esta celebración, y por ello levanto mi copa y os doy las gracias —intervengo.
Contemplo a la camarera, ataviada con una exigua túnica de color blanco radiante, que se acerca con reverencia a las agregadas para ofrecerles una copa de champaña. En cuanto se aleja, la belleza pelirroja me clava sus impactantes ojos grises y eleva su bebida hacia mí. Una explosión de calor recorre cada una de mis células hasta la raíz del cabello. Ahora sí, es la hora del brindis.

Gracias a la Fundación Arena, que tan importante labor hace en defensa de nuestro mundo y de nuestra forma de vivir, y a mis lectoras y lectores que me incitan a continuar escribiendo. Gracias. Soy muy feliz.

jueves, 23 de mayo de 2013

Traspasar la puerta


—Yo diría que asomarse a La daga fenicia implica traspasar una puerta —le apunto a nuestra invitada de esta noche.
Patricia, con una sola mano, echa hacia atrás los largos mechones de su melena para apartarlos del rostro, en un ademán que siempre me ha resultado tremendamente sexy.
—En realidad, no solo una. Yo diría que existen muchas y en todas ellas será necesario demostrar el coraje suficiente.
Un destello color esmeralda se escapa de su mirada y yo me quedo paralizada en mi asiento. No me acostumbro a su belleza.
—Coraje que, me consta, has desplegado de forma generosa en La daga fenicia —acierto a contestar.
—Digamos que tú me has puesto ciertos retos y yo he decidido jugar.
En aquel preciso instante me digo que su sonrisa desmantela las defensas más inquebrantables. Y, por supuesto, ella lo sabe.
—¿Te ha resultado difícil a nivel físico? Digamos que ya no eres una niña…
—Gracias por la insinuación…
—Sé que no te sientes ofendida, así que no pongas esos morritos —le espeto, riendo abiertamente.
—Vale, sabes que ya no me ofende hablar de mi edad —ríe conmigo—. La verdad es que los riesgos físicos a los que me he expuesto eran importantes, pero valieron la pena todos ellos.
—¿Todos? —la provoco.
—Incluso ese —contesta con una mirada cómplice—. Me ha permitido aprender una lección que no olvidaré, me ha hecho madurar y enfrentarme a mis temores.
La contemplo en silencio, animándola a continuar.
—Y lo más importante, me ha demostrado que la vida está llena de decisiones y que tenemos derecho a equivocarnos, pero también la responsabilidad de asumir las consecuencias. Debo darte las gracias por la oportunidad que me has dado. Millones de personas darían cualquier cosa por experimentar lo que yo he vivido.
—Lo sé. Y dentro de muy poco todas tendrán la posibilidad de ponerse en tu lugar, de situarse frente a la misma encrucijada… ¿Cuál sería su decisión?
—Creo que después de leer La daga fenicia muchas te la comunicarán…

Eso espero.

miércoles, 24 de abril de 2013

El riesgo


Esta noche os cuento un secreto: el riesgo es uno de los pilares de La daga fenicia. Como sabéis, existen muchos niveles de riesgo, dependiendo del objeto que se ponga en peligro. Se puede arriesgar el capital, la seguridad, el amor e incluso la propia existencia. Quien mejor puede hablarnos de ello es la mujer que está ante mí en este momento.
—¿No es así? —pregunto, mirándola inquisitivamente.
A primera vista, nada en su apariencia parece indicar que el riesgo forme parte de su vida. Permanece reclinada en su asiento, envuelta en una estudiada aura de misterio; las piernas elegantemente cruzadas, sujetando su bebida mientras me devuelve una mirada pintada de gris titanio. Una podría perderse en la profundidad de sus ojos sin llegar a conocer jamás lo más íntimo de sus deseos. La llama que se contonea en lo alto del velón más próximo arranca destellos de fuego de su pelo, como si un oscuro impulso le susurrara que debía avivar aquella hoguera.
—Ya es un riesgo en sí mismo que esté aquí esta noche. Y lo sabes.
Algo en su voz, que navega desde el terciopelo cálido a la áspera arena, me hace estremecer.
—Es cierto. Mañana habrá luna llena —alcanzo a decir.
Debo de haber rozado una fibra muy sensible, pues noto que los puntitos de sus pupilas se convierten en dos dianas negras, tragándose el gris que las circunda. Lejos de asustarme, sonrío satisfecha ante la revelación. No es tan fría como pretende aparentar. De hecho, sé que la lava corre por sus venas.
—Hemos venido a hablar de otra cosa —dice tranquilamente, tras dar un sorbo al líquido púrpura de su copa.
—¿Sueles correr riesgos?
—A veces es imprescindible para conseguir lo que quieres. Y a mí me gusta ganar.
—¿Te asusta no salir victoriosa de esta batalla?
—El miedo y yo no hemos sido presentados. Deberías saberlo.
Inquietante.
Incluso yo me siento tentada de volver a leer La daga fenicia, pero esperaré lo que haga falta para poder hacerlo con vosotrxs. Adoro compartir.

jueves, 28 de marzo de 2013

Patricia aguarda La daga fenicia


Mi vista se pierde en la línea del horizonte donde el mar se deja seducir por el cielo y sus latidos se confunden. Soy consciente de que llego tarde a mi cita en el Beso de Luna, pero no he podido resistirme al embrujo de tonalidades plateadas, derramado por esa esfera sobrecogedora que nos observa desde lo alto. El sonido rítmico de unos tacones que golpean sobre las baldosas del paseo marítimo hace que mi atención se desvíe. Me vuelvo hacia el compás constante, hipnótico, y las comisuras de mi boca se estiran hacia arriba al descubrir a la dueña de aquel eco que se hace cada vez más próximo.
En cuanto me alcanza, el viento se le enreda en el pelo y ella lo retiene con una mano para que no me pierda ni un ápice del brillo esmeralda que destilan sus ojos.
—Pensé que estarías esperando en el jardín —le digo, liberando una sonrisa irreprimible.
—Iba a entrar, pero te he visto. ¿Es precioso, no? —comenta, contemplando el escenario nocturno.
—Me he detenido un momento y no puedo dejar de mirarlo.
—Me arranca recuerdos intensos —afirma Patricia, revelando cierta ensoñación en su voz.
—Sé exactamente a qué te refieres.
Ella se empecina en la observación de aquella línea infinita y lejana que se hace borrosa por momentos. No quiere que descubra lo que está a punto de desbordarse en su mirada. Pero yo conozco las partes más recónditas de su alma. Y vosotr@s también lo haréis, en cuanto podáis perderos en las páginas de La daga fenicia. Dejad que el verano transcurra…

martes, 5 de marzo de 2013

Ser mujer


A pesar de que la reunión de esta noche no es precisamente poco concurrida, las conversaciones avanzan entre siseos y silencios que lo gritan todo. De repente una carcajada electriza el aire. Siempre me ha encantado la risa de las mujeres, ese sonido vibrante, juguetón, lleno de promesas… La dueña de tamaña provocación es una valkiria rubia que en este preciso momento sacude su lacia melena hacia atrás y nos descubre un iris azul en cuyas aguas podríamos beber sin miedo. A su lado, Patricia sonríe con malicia. Intuyo que ha sido su comentario el que ha provocado la hilaridad de la otra.
—Te noto traviesa…—le digo.
—¿Tú crees? —me incita.
—Está bien —me río—. Todas sabéis por qué estamos aquí esta noche. Se acerca el 8 de marzo y había pensado que cada una podría aportar su experiencia de lo que significa ser mujer. Tan solo os pido unas palabras, una frase.
—¿Puedo empezar? —pregunta María. Yo le hago un gesto afirmativo—. Para mí la intuición es un rasgo definitorio importante. Creo que se debe a que estamos abiertas a todo.
—Yo creo en la capacidad natural para apoyarnos y defendernos unas a otras —defiende Eva sin soltar la mano de su pareja. Esta se la lleva a los labios y deposita un sexy beso en el dorso.
—Yo qué voy a decir, para mí es importante el instinto maternal —interviene Carla—. No estoy diciendo con esto que sea imprescindible ser madre para sacarlo a flote. Creo más bien que toda mujer lo posee y lo activa en determinadas relaciones interpersonales.
—Para mí una mujer es un ser maravilloso, versátil, lo suficientemente fuerte como para mostrar su debilidad en un momento dado —defiende Mel.
—Creo que mujer es sinónimo de superviviente. Estamos hechas para poder enfrentarnos a cualquier cosa y salir, si no victoriosas, más fuertes —afirma Patricia.
—Completamente de acuerdo —corrobora la valkiria rubia— Eso y el don de hacer crecer a alguien en nuestro interior. Creo que eso nos hace portadoras de la magia.
—La perseverancia y la fuerza de voluntad creo que son características que todas poseemos en cantidades elevadas —señala cierta morena de rasgos latinos.
—Yo defiendo nuestra capacidad de superación —añade la mujer de rasgos exóticos sentada a su lado.
—Pues yo, queridas amigas, creo que somos las criaturas mejor preparadas para el placer—suelta sin titubear una preciosa pelirroja de ojos grises.
Ante semejante afirmación, todas levantan su copa y un murmullo apreciativo se alza sobre las cabezas de las presentes.
Nada que objetar. Sus capacidades son las nuestras… y en La daga fenicia las exhiben sin reparos.

martes, 12 de febrero de 2013

Mel tras su paso por La daga fenicia


Nos hemos refugiado en un reservado protegido de las inclemencias, en lo más recóndito del Beso de Luna. El viento esta noche amenaza con más filo que nuestra ambicionada daga. Nos acomodamos entre almohadones aguardando la llegada de la camarera, a la que por fin vemos aproximarse, armada con el vino tinto solicitado y dos copas. Como en un tácito acuerdo, observamos en silencio cada uno de los movimientos de la joven: sus suaves manos descorchando la botella con un movimiento rápido y certero, la caída del líquido aromático manchando apenas el cristal, su sonrisa leve mientras espera a que Mel otorgue el visto bueno a la bebida. Mi invitada se regodea con la cata y soy consciente de un brillo repentino en su mirada ámbar. Desliza la punta de la lengua por el borde de los labios de una manera tan electrizante, que cualquiera envidiaría la suerte de las gotas que han tenido el privilegio de endulzar su boca.
—Perfecto —concluye con una sonrisa de aprobación.
La camarera se muestra satisfecha y nos llena las copas con un gesto estudiado, elegante. Luego nos abandona a las tres con cierto abatimiento; a Mel, a mí y a la botella.
—Acertado, desde luego —afirmo yo tras probar el vino—. Fragante y delicado a un tiempo.
—¿Querías preguntarme algo en concreto? —me espeta sin rodeos.
Su iris se oscurece, lo que no acierto a descubrir si es producto de un oculto reproche o de una provocación manifiesta.
—Me gustaría saber cómo te sientes, lo que piensas después de lo que ha pasado.
Ella vuelve a coger su copa y esta vez el trago es más largo, más necesario.
—Desconcertada. Creo que es la palabra que mejor define mi estado actual.
—Me pongo en tu lugar y lo entiendo.
—No puedo dejar de pensar. Todavía no comprendo muy bien lo que ha ocurrido.
—Te faltan datos. Estás en una situación muy similar a la de nuestrxs seguidorxs. Pero en cuanto La daga fenicia emita su destello, algunas dudas se despejarán y otras surgirán con más fuerza. Entre el blanco impoluto y el negro insondable existe un sinfín de matices…
—Bienvenidos sean…
—Brindemos por ello.

jueves, 17 de enero de 2013

La pasión pone al rojo vivo La daga fenicia


Dejo mi copa con suavidad sobre la mesa y una sonrisa interna me acompaña en el trayecto de vuelta. No hay preguntas que hacer. Esta noche, no.