Conocí la organización Mujeres Libres mientras
estudiaba en la Universidad en Madrid. Lo primero que pensé fue: yo quiero
estar ahí, quiero pertenecer a ese movimiento que propone un cambio radical en
la vida de las mujeres.
La República representaba el escenario idóneo
para ese cambio, para ese avance.
En Madrid conocí a una de sus fundadoras, Lucía Sánchez Saornil. De inmediato me dejé arrastrar por su temperamento, sus ideas y su carisma. La clave para nuestra emancipación estaba en la incorporación al trabajo asalariado en términos idénticos a los hombres.
Y luchamos, luchamos por ello, aunque no fue fácil. Nuestros compañeros anarquistas tenían claras las ideas, pero, en cuanto se metían en casa, trataban a sus mujeres de forma muy diferente. El patriarcado estaba marcado a fuego en su subconsciente.
Por eso, una vez trasladada a Valencia, mis
compañeras de la organización y yo nos esforzamos en extender nuestras ideas y
compromiso a través de la revista. Logramos mucho. En 1938 ya éramos veinte mil
las integrantes de Mujeres Libres. Los éxitos fueron
palpables, pero, al final, la guerra nos atropelló y los fascistas, los que
atentaron contra el gobierno legítimo de la República, arrasaron con todo.
Me llamo Isabel y os cuento esto desde el exilio. No
dejéis que vuelva a ocurrir. Defended vuestra libertad a fuego.
No basta una vida.