miércoles, 30 de septiembre de 2020

La insurrección es un deber

 


¿Por qué nos conformamos?

Imaginad que una burbuja nos cobija. En ese espacio disponemos de agua corriente, electricidad y comodidades que nuestros antepasados nunca hubieran soñado. Disfrutamos de comida, bebida, libros, música, televisión, Internet y algún pequeño lujo. Quedamos de vez en cuando con nuestras amistades y con nuestra familia. Celebramos cosas. Podemos pensar, decir lo que pensamos e, incluso, defender nuestras ideas.

Somos felices.

Ahora suponed que los límites físicos se estrechan cada día un centímetro, que esos alimentos se reducen cada semana en cien gramos, que ya no hay dinero para libros, música ni lujos, que la comunicación entre las personas se hace cada vez más difícil y que la tele nos adocena a cada minuto un poco más; que ya no podemos salir sin que nos observen; que nos arrebatan, mes a mes, a alguien que nos caldea la vida.

Que hablamos cada vez menos. Y más bajito.

Ya no somos tan felices.

Sin embargo, nos encerramos en nuestra isla y seguimos disfrutando del ambiente seguro del que llamamos nuestro hogar, a pesar de que el espacio es más estrecho, la comida más escasa y el frío aumenta. Echamos de menos a algunas personas, pero sobrevivimos. Es más, observamos alrededor y descubrimos a cientos que no pueden caminar un metro dentro de su cubículo. No obstante, aún tenemos una habitación donde dormir; pequeña, pero permite que nos tumbemos.

Todavía no nos preocupamos en exceso.

Hasta que llega un punto en que solo podemos descansar con las piernas encogidas; en que solo comemos basura y bebemos agua turbia. Ya no hay libro, canción ni imagen que nos alimente el alma, ni pensamientos que puedan expresarse en voz alta.

Y, por fin, alguien estalla.

Me llamo Victoria. He viajado lejos, he visto muchas cosas. Lo suficiente para comunicaros que estáis a tiempo de uniros a Insurrectas.