¿Qué hemos de hacer? Educar no es fácil, pero si se
trata de Alejandra, nuestra hija de cinco años, entonces la labor se convierte
en una montaña rusa desconcertante.
A veces la miro y me pregunto qué puedo enseñarle si
ella parece saber más que yo.
Porque Alejandra sabe.
Me mira con los mismos ojos avellanados de su madre
y me pregunto qué piensa. Aunque casi prefiero no saberlo. Prefiero ignorar qué
mundos visita, que seres invisibles le dictan el destino, qué clase de luz
ilumina su sabiduría.
La adoro y la temo por igual.
Temo las afirmaciones inesperadas que salen de su
boca, esos avisos que nunca son gratuitos, que siempre te sacan de la rutina a
empujones.
El destino quiso que en algún momento de su
gestación se rasgara el velo de Isis y ella aprovechó ese resquicio para ver
más allá de lo común.
Nunca ha dejado de hacerlo.
¿Cómo podrá vivir con ese peso? ¿Cómo vamos a
protegerla de las gentes hambrientas de futuro?
Quizás no deba preocuparme.
Quizás ella sepa.
Me mira.
Me estremezco.
Ella sabe.
Regreso a Eterna.
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