La ciencia era uno de los pedestales sobre los que se apoyaba mi vida.
Pensé que estaba segura en mi pequeño mundo perfecto,
calculado,
mecánico,
cuántico;
un mundo en el que imperaba el equilibro,
la paz,
el
amor
y la risa.
Hasta que abrí los ojos y todo estalló.
Hasta que, un buen día, me vi abocada a aceptar lo impensable.
Y, entonces, la magia comenzó a crecer en mi regazo.
Me llamo Andrea
Vivo en 22..
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