Nadie duerme. Eso me cuenta Victoria.
En mayo de
1937 Valencia es una ciudad insomne. La vida impera por encima del sonido de
las alarmas, del ronroneo de los pipistrelli,
la aviación italiana, de los estruendos casi diarios que se empeñan en romper
la noche y las esperanzas. Los aparatos de radio vomitan noticias sin cesar, pero la gente traduce la guerra a su antojo, celebra antes de
tiempo una victoria imposible.
Nada importa que las calles se siembren de uniformes
caqui, los hospitales de heridos, la morgue de fantasmas; que los edificios se
preñen de refugios, que los muros se vistan con llamadas recordando la
proximidad de la contienda; a nadie extraña que el viento trasporte acentos
distintos, lenguas inconexas. Las mentes huyen fácil de una realidad incómoda para volcarse en el placer inmediato.
Un respiro, necesitan un respiro. Y Valencia
se lo otorga, se lo entrega en forma de cines rebosados, de vodeviles nocturnos,
de cafés clandestinos que cobran vida al alba.
Victoria me cuenta que la pasión atraviesa la casa
de puntillas con kilos de contención y toneladas de audacia; una pasión que tiene
miedo a permanecer, pero terror a esfumarse.
Y ella se rinde.
Es imposible luchar contra unos labios que tiemblan al
no querer contar su historia, unas pupilas que muerden lo que la boca no puede, unos
dedos que te queman sin siquiera tocarte.
Es imposible negarse a un corazón que arde.
Victoria lo sabe.
Mis noches en el Ideal Room lo encierra todo.
3 comentarios:
Después de mucho tiempo ausente, oigo la llamada que me devuelve a la vida de las letras, palabras que despiertan más que la curiosidad, la necesidad de volverte a leer mi querida escritora. Siempre eternamente agradecida.
La llamada precede al abrazo. Ganas de verte, querida Edén.
Pobrecita mía, las circunstancias mandan. Ya te pondrás en su lugar, ya... Besos, Belén.
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