En torno nuestro flota una fuerza poderosa, irremediable e invencible.
He de
reconocer que mi fe al respecto estaba herida de muerte. Las circunstancias de
mi vida no habían sido las más propicias para subirme a ese tren.
En este
momento, puedo decir que el tren y todo su furgón de cola me han arrollado sin conmiseración.
Mi cerebro, perplejo, todavía está buscando entre los raíles los restos de lo
que un día fui.
Y debo dar gracias
por ello. Debo darte las gracias a ti, Marina.
La habitación en aquel hotel, a buen seguro, todavía conserva nuestro aroma; aroma a sentimientos inesperados, a resurrección, a vida.
Aroma a
pasión, a sexo, a dudas, a miedo.
A ti y a mí.
Aquella
habitación, aquella terraza, aquel mar turbulento como mi interior, fue el
escenario en el que nadé sin guardar la ropa, donde expulsé la nube negra que
se aferraba a mi garganta, donde arranqué la víscera que me latía en el pecho
para ponerla sobre tus manos suaves y sabias.
Allí me
reconcilié conmigo misma.
Y descubrí que
el sonido más embriagador es mi propio nombre, Vega, susurrado por tus labios.
En esa
habitación, dejando reposar mi mejilla junto a tu ombligo, comprendí que el motor
más poderoso del universo es el amor.
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