—Tenía
muchas ganas de volver a hablar contigo—le digo mirándola intensamente.
Sus
ojos, de un ámbar luminoso, encierran reflejos imposibles: el rugido del mar
Mediterráneo, los secretos de una mente productiva, el ímpetu de un corazón en
llamas, la mirada de pasión de Carla, el abrazo de Alejandra, su hija.
Podría
decirse que Mel ha ganado en atractivo durante estos años que han impuesto
cierta distancia. Su cabello dorado se ha aclarado por efecto del sol y hace
resaltar un bronceado intenso. Las arruguitas en torno a esos dos focos de color
dorado que son sus ojos se multiplican al estallar la sonrisa burlona.
—No
me he ido a ninguna parte… —dice, provocadora.
—Lo
sé. Tú siempre has estado ahí. Lo que no sabía era que conocieses a Samoa.
—Claro
que lo sabías. Tú lo sabes todo, ¿recuerdas? —me suelta, sonriendo ya
abiertamente.
—Lo
habré olvidado —respondo, guiñándole un ojo.
—Seguramente
—replica, llevándose a los labios su cerveza helada, sin dejar de mirarme.
—¿Qué
tal está Carla?
—Muy
ocupada, como siempre.
—Imagino
que todo marcha bien entre vosotras.
—¿Tú
qué crees?
—Que
la forma que tenéis de miraros lo dice todo.
—El
amor solo hay que alimentarlo día a día. Todo lo demás funciona solo.
—Tuviste
muchas dudas al principio…
—Es
normal. Tú también las hubieras tenido. Carla tiene quince años menos que yo.
Ahora mismo su belleza es como un foco que deslumbra cuando lo miras, una llama
que lo arrasa todo, mientras las huellas de la edad van haciendo mella en mí.
Pero eso a ella no parece importarle.
—Carla
está loca por ti. Y tú estás todavía más atractiva que la última vez que nos
vimos, eso te lo aseguro. El amor y la sabiduría irradian desde tu interior y
se manifiestan a través de tus ojos.
—Gracias,
tenemos que quedar más —dice con desenfado—. A Carla la quiero con toda mi
alma. Y además me ha dado a Alejandra…
—¿Cómo
está vuestra hija?
—¡Muy
mayor! Crece muy deprisa. Ya tiene seis años.
—¿Y
sigue complicándoos la vida?
—¡Constantemente!
—ríe de nuevo—. Pero ya vamos acostumbrándonos. De hecho, esas sorpresas que
nos da de vez en cuando ponen más pimienta en nuestras vidas.
—Me
lo imagino. No te pregunto por tu carrera porque está claro que tus novelas se
siguen vendiendo en todas partes. Y a tu amiga Samoa tampoco parece que le va
nada mal…
—¡Desde
luego! Ya habrás visto que “La bodega” ha arrasado en todas las librerías.
—¿Sabes
tú algo de esa trama? Se rumorea que está basada en hechos reales…
—Si lo
supiera ¿crees que te lo diría?
—¿Pacto
de silencio entre escritoras?
Mel
sonríe y calla, vuelve a llevar la botella hasta su boca y esta vez da un trago
largo y refrescante.
Suelto
una carcajada ante su actitud.
—¿Volverás
para hablarnos de “Regreso a Eterna”?
—Cuando
tú quieras, ya lo sabes.