El sol. Esta mañana han entrado unos rayos débiles, titubeantes,
derramando sombras alargadas. Ayer llovía.
Hace frío. Antes nunca tenía frío.
Frío en la piel y
frío por dentro.
El frío de la abstinencia. El frío de su ausencia.
La desconfianza me salvó la vida, pero no era vida.
Hoy, que confío, me quedo sin tiempo.
Mis horas se reducen a esperar. Tengo la esperanza de
que hoy venga, de que me diga otra vez que está a punto de lograrlo.
Ya me
da igual.
Deseo que me toque, que me toque con sus ojos cargados de realidades distintas
a lo que anuncian sus palabras. No dejo que me toque de otro modo. No podría
soportar su compasión.
Pero necesito que siga tocándome así, con sus ojos;
sus ojos que gritan la necesidad de volver a tenerme con mi rabia intacta, de
volver a comerse la furia de mi cuerpo, de volver a saciarse con mi dulzura oculta.
Ella, la única que supo sacarla a la luz.
Y ahora, no me queda tiempo.
Mi nombre es Gea. Y no quiero morir.
Regreso a Eterna.