La brisa nos deja en el paladar un regusto a sal, a verano agonizante, a sueños por adquirir. Una pareja que conocéis muy bien ha venido a compartir esta noche con nosotrxs; Mel contempla a Carla en silencio, siguiendo el recorrido de una mano que se adelanta hacia la mesa para alcanzar el Beso de Luna y acercarlo a su boca. La mirada se pierde en el interior lechoso del cóctel, y Carla tarda unos segundos en despegar los labios del combinado. Ha hecho desaparecer una buena parte de un sorbo. Mantiene la copa entre los dedos, jugueteando nerviosa con la base, y sus ojos no se despegan del trazo sinuoso que ha dejado el líquido sobre la superficie de cristal. Algo oculto está electrizando el aire. Mel respeta su silencio.
—¿Cómo estás?—le pregunto, forzando a que estalle la tensión.
Parece que lo he conseguido. Carla levanta la vista el tiempo justo para agredirme con las emociones que saturan su cerebro. Se pone en pie bruscamente, derramando involuntariamente el resto de su Beso de Luna, y se aleja de la mesa a grandes zancadas.
—Lo siento —dice con un hilo de voz antes de desaparecer hacia el fondo de la terraza que se asoma al mar.
Mel me mira, aprieta los labios en un gesto de disculpa y va tras ella.
A cierta distancia contemplo la escena. Carla se estremece como si un viento frío repentino se apropiara de su cuerpo. Mel se aproxima y roza su espalda apenas con la punta de los dedos, pero ese contacto parece haber sido suficiente para desatar el nudo, ya que ella se aferra a su cuello y rompe a llorar. Mel la abraza, la arrulla, la calma con sus labios y sonrío al contemplar cómo la boca de Carla la busca…
No sabéis lo que os espera en Autorretrato con mar al fondo.